miércoles, 30 de abril de 2008

GASTRONOMICAMENTE INCORRECTOS

Soy un huevo



La cocina es un poco oscura, aunque amplia. En los techos hasta las arañas se mueren de hambre por la falta de mosquitos. Dos camas sirven de decorado, una está armada y muy prolija, esa es la del alto. La otra no tiene sábanas pero tiene almohada, esa es la del flaco.
El flaco también es alto y el alto también es flaco. La única diferencia entre los dos es que el alto es más flaco y el flaco es más alto. El flaco entra de la calle, se saca el saco y mira al alto. Lo encuentra con una bombilla en la pava, tomando mates sin yerba y sin agua caliente.

Flaco: ¿Se puede saber que estás haciendo?
Alto: Tomo mate, ¿Y vos?
Flaco: Yo vengo de la calle, de trabajar todo el día. Vengo de conseguir lo que se necesita para poder comer.
Alto: ¿Dinero?
Flaco: No, el dinero no se come. Pero traigo una idea maravillosa.
Alto: ¿Las ideas si se comen?
Flaco: Esta si.
Alto: Excelente. Contámela que tengo hambre. Desde hoy a la mañana que estoy tomando agua fría en una pava para ver si el estómago se cree una mentirita piadosa y se calla por un rato.
Flaco: ¿Y te hace caso?
Alto: Mirá, el estómago me dice que primero convenza a la pava de que el agua salga caliente y con gusto a yerba. La pava me insiste en que para eso necesita que el estomago le crea a la bombilla. A todo esto la bombilla me dice que para hacerlo más real puede estar un poco tapada. Entonces fui y le puse un poco de tierra.
Flaco: ¿Y qué paso?
Alto: La bombilla se tapó, pero ni el estómago ni la pava se pusieron de acuerdo. Así que estoy como al principio. ¿Qué idea vamos a comer hoy?
Flaco: Es una idea maravillosa. –El flaco se sienta enfrentado al alto. Agarra la pava y trata de tomarse un mate. Encuentra la bombilla tapada. La saca, la desarma y encuentra la tierra. Deja la pava a un costado.- Voy a convertirme en un huevo.
Alto: Me niego a comerte.
Flaco: Entonces hacete huevo vos. Yo no tendría problema en valorar tu sacrificio.
Alto: Eso es imposible. Mi dignidad no me permite ser otra cosa que una entidad libre.
Flaco: ¿Y un huevo no es libre?
Alto: Un huevo sólo es libre de ser huevo. Un hombre es libre de ser huevo y de ser árbol. El hombre es libre de ser lo que le venga en gana. Pero antes de elegir debe tener un motivo y eso es lo que ningún hombre libre tendrá jamás.
Flaco: El hambre es un buen motivo. Que mejor justificación que la de satisfacer el apetito de un amigo que estuvo todo el día trabajando para traerte comida.
Alto: Es una idea muy interesante. Sería un acto de integridad.
Flaco: No sólo eso. También sería la prueba irrevocable de que tu libertad no tiene límites.
Alto: Me gusta todavía más. ¿Qué tengo que hacer?
Flaco: No lo sé. No había pensado en ese detalle. – El flaco se para y piensa. Piensa con una mano en la pera, caminando de la cocina a la silla. Va y viene unas tres veces.- Ya lo tengo. Todos los días, por cuatro años, te mirás en un espejo y afirmás rotunda y definitivamente que sos un huevo. En cuatro años voy a comer una omelet maravillosa.
Alto: No se puede. En primer lugar no tenemos espejos. En segundo lugar de acá a cuatro años vamos a tener un montón de días en el medio. Con un montón de almuerzos y un montón de cenas. ¿Qué vamos a comer en todo ese tiempo?
Flaco: Eso es un detalle. Lo importante es que, en cuatro años, ya no voy a tener más hambre. Y vos vas a ser libre.
Alto: Excelente. ¿Puedo evitar lo del espejo? Tengo una foto mía de cuando era chiquito. Creo que puede servir.
Flaco: Claro que sirve. ¿Qué edad tenías?
Alto: No lo recuerdo
Flaco: Entonces no sirve
Alto: Tenía nueve años.
Flaco: Entonces si sirve. Mirá, la tenés que agarrar fijo con las dos manos, mirarte directamente a los ojos y con vos clara y firme repetir, una y otra vez, por dos horas, SOY UN HUEVO.
Alto: ¿No es mucho dos horas?
Flaco: Si querés pueden ser quince minutos, pero tendría que hacer otra vez el cálculo, seguramente el tiempo que vas a tardar en hacerte huevo cambie.
Alto: Bueno. Yo empiezo y vos hace el cálculo.
Flaco: Me parece excelente. Voy a buscar lápiz y papel para hacer la cuenta. Vos empezá con la foto.





El Flaco se levanta y trae el lápiz y un papel del cajón que está al lado de la cocina. El Alto se para y va a buscar la foto que guarda abajo de la almohada. Los dos vuelven a sus lugares. El alto agarra la foto con las dos manos y empieza a recitar en voz alta y sin parar SOY UN HUEVO. El flaco se pone a hacer cuentas en la mesa. Pasa un muy corto tiempo y el flaco lo interrumpe.


Flaco: Dos semanas.
Alto: ¿Qué cosa?
Flaco: En dos semanas vas a ser un huevo.
Alto: ¿No eran cuatro años? No puede ser, si lo digo por dos horas tardo cuatro años y si lo digo por quince minutos tardo dos semanas.
Flaco: Son matemáticas. Es exacto.
Alto: Y no hay alguna forma de transformarse más... rápido.
Flaco: Si hay una. Si repetís SOY UN HUEVO por diez años consecutivos sin parar te transformas en el acto.
Alto: No se puede. En el acto es muy rápido, tengo muchas cosas que hacer todavía. Prefiero las dos semanas.
Flaco: Bueno, empezá entonces.
Alto: SOY UN HUEVO SOY UN HUEVO SOY UN HUEVO SOY UN HUE... -El flaco lo interrumpe-
Flaco: Tengo hambre.
Alto: En dos semanas.
Flaco: No se puede, tengo hambre ahora.
Alto: ¿Y no se te ocurre nada para comer?
Flaco: Si, podemos comer pan.
Alto: Tenemos harina pero no tenemos levadura.
Flaco: Eso es lo de menos. Ya tengo una idea.

Levadura


Dos personas sentadas, mesa de por medio se miran esperándose, midiendo la distancia que los separa.
Como un adorno de la incomunicación una fuente tapada guarda la masa, no la miran ni la esperan, lo presienten con naturalidad, dan por descontado su crecimiento.
Uno tiene escarbadientes, el otro no. Uno tiene los dos ojos. El otro puede tener una oreja, posiblemente la derecha. De la izquierda nada se supo, nunca nadie miró si estaba en su lugar.
Una especie de pretexto necesario los obliga, quieren hablarse, quieren quererse con las palabras, pero no saben como, no pueden dejar sus lugares.
Uno avanza atrevido por los abismos del silencio, levanta el repasador y espía. Encuentra el momento para mirarlo, para hacerse de sus rasgos, de las ojeras que colorean sus ojos, de las pestañas que esconden su bufanda. Le hace un gesto con una pera gastada por la barba de una semana, trata de sacarlo de la gastronómica relación que sostiene obsesivamente con sus uñas, lo encuentra entre los siete pulgares de su mano derecha y le repite la llamada, inicia una nueva comunicación basado en la contrastada imposibilidad de decir cualquier cosa.
No va a crecer te digo, sin levadura es imposible. El uno se retuerce y contorciona sus extremidades preso del miedo. Te digo que hay que cantarle y bailarle, le contesta dogmáticamente pero respetuoso de sus delirios. Las masas tienen harina, si no sienten la profanación de las letras no se realizan, necesitan la penetración del ritmo y la distancia de los pies aplastando las sombras de lo que ya paso. Entonces sonríen felices y aumentan su tamaño. Probablemente a razón de diez centímetros cúbicos por frase.
El otro lo mira desconfiado, no se decide a escucharlo. Indiferente recupera la mugre con un palito afilado que recorre el semicírculo del índice, aunque sabe que no puede dejar de sentir que algo debe hacerse. No habiendo otro remedio invoca a un coro de caballos con zapatos.
El uno se asoma con esperanza y levanta desesperanzado el repasador. No hay caso, no quiere crecer. El otro lo mira desencantado y vuelve a encantarse de sus uñas. Te digo que hace falta levadura, no hay otra forma de hacer crecer un bollo. Que no, a eso te acostumbraron, vos supones que es por la levadura porque nunca probaste métodos alternativos, entonces te conformas con repetir lo que te enseñaron. Lo tuyo es por pereza, es el facilísimo de repetir lo que ya está escrito solamente por no tomarte el trabajo de crear nuevas recetas.
El otro trata de servirse un vaso de whisky pero la botella está vacía. Se rehusa a escuchar ocupándose en meditaciones sobre cálculos de números irreales.
Es el whisky lo que te mata. Y vuelve a espiar, levanta un poco el repasador con campanas de navidad y mira con la fuerza del que cree que existen mundos escondidos en las voces del viento. No hay caso, no crece. Y como querés que crezca, lo tuyo es directamente una pelotudés. Si seguís por este camino vas a terminar pretendiendo de un repollo un balcón y de una sartén la cúpula de un castillo de arena. Conformate con la levadura, contrastada y leudante levadura, formula incorruptible con años de probado servicio. Eficiente y constante levadura. Una oda por favor a la levadura. La oda viene, saluda y se retira.
La barba del uno es frotada por sus dedos que resuelven un mechón en trenza gruesa con la grasosa colaboración de variedad de secreciones. El otro hace nadar su lengua en la fantasía de un áspero whisky, recuerda la casa de campo que queda en medio de un techo al que alguna escalera de madera torcida lo hizo subir porque mañana el fuego quemaría todos los puestos de pilotos y medias.
¿Pensás en alguna melodía para la masa?. Y otra vez levantar la vista del vaso, otra vez recorrer las posibles respuestas a una pregunta imprecisa pero absolutamente abarcante. Claro que no, pienso en el hambre que tengo, la única melodía que escucho es la de los ruidos que hace mi estomago por culpa de la ausencia de levadura. Ahora vamos a tener que comer la mitad. Es el rendimiento querido, esto es un atentado contra la optimización. Contra eso y contra la ulcera, que se agranda cuando el Whisky no es acompañado con un aperitivo que fomente la secreción de saliva.
El tono no es el más adecuado, otra vez la contorción de las piernas de uno lo sostienen en la distancia, lo apartan de la violencia del escepticismo.
Entonces le voy a contar una historia sobre un barco con vientos del sur que cruza las calles vestido de rojo. Podría decirle que un viejo de pelos en la nariz le cantó un tango a una especie de grillo. Yo crecería con una historia así. Es más, creo que ahora estoy más alto que antes. Fijate que hasta te crecieron los pies. El otro arrima la boca al vaso y piensa en las gotas de aceite que ensucian de negro los cordones de las calles. Se hace un nudo de dos vueltas en las zapatillas, la manga de su camisa no tiene un botón.
Con tanto que decir, lo tuyo es hermetismo, siempre fuiste muy esbelto para el vocabulario, lo tuyo es más que nada una capacidad de estilización, ¿Qué te cuesta hacer crezca el bollo?. Pero la estilización la uso para las mujeres, no levanto la masa, la harina tiene menos gracia. A mí me gusta mentir cuando me devuelven una mentira, si no me creen no tiene sentido. Entonces convensela, creo que si le ponés esfuerzo va a formar una familia, vas a conseguir trabajo y va a tener las medidas de las puertas de madera con vidrio arriba. El otro se esfuma en lo indeleble, zambullido en memorias desteñidas por los amarillos de la tarde y la degradación de los párpados.
Ya que no tenemos levadura proveemos con un poema. Que te parece si le escribimos una oda al crecimiento. No existe la poesía, todos lo poetas están muertos. Entonces no hagamos poesía. Pero tenemos que cantarle, creo que lo mejor va a ser hacerlo bajito y en la oreja, vos podes balancear la fuente.

Apurando otro vaso de whisky vacío mira el contorno de la curva de una vuelta a la plaza de dos faroles. En alguna de esas esquinas tuvo que dormir el sueño que nadie pudo hacer suyo por vergüenza.
¿Qué hacemos? El otro lo mira cansado de las preguntas. Contesta sin fuerza en las pantorrillas, creo que lo mejor va a ser que lo pongas así como esta en el horno.
Un silencio se dibuja en la transmutación de las posiciones. Cambian sus lugares para entretener sus nostalgias. Como intuyendo la nueva coherencia las oraciones se le caen por el agujero de los bolsillos. No hay manera, no tenemos gas. Entonces el otro manda al uno fijarse si el calor aparece con un cuento sobre duendes que se transforman en mujeres y sábanas que se hacen océanos en noches de lluvia. No creo que sirva contesta uno. Esperanzado en la contradicción sentencia que no hay forma de hacer calor sin fuego. Los dos se olvidan del pan. Ahora piensan en pensamientos circulares y en ideas que cambian de lugar para que nada cambie.

La palabra


Los dos están sentados, cada uno en su lugar. Cada uno apoya un codo en la mesa y sostienen sus cabezas con sus manos, como evitando que se caigan. Aparentemente están aburridos. Muy probablemente estén pensando en alguna cosa que jamás vamos a conocer. De hecho el alto está haciendo un dibujo con la otra mano, la que nadie ve y él no muestra.

Flaco: ¿Vos sabes que si borramos la palabra solucionamos el problema?
Alto: Yo no tengo ningún problema
Flaco: ¿Ya no tenés hambre?
Alto: Eso si. Pero ese no es un problema. Si no tiene solución, no es un problema.
Flaco: Pero el hambre tiene solución. Lo primero que hay que hacer es mandarle una carta documento a la real academia española pidiéndole que borre la palabra del listado oficial. Claro que siempre existe la posibilidad de que persista como costumbre. En ese caso tendríamos que mandarle otra carta documento al presidente de turno pidiéndole que prohíba a las personas que pronuncien esa palabra. Pero antes de todo eso tendríamos que ir a buscar nuestro diccionario y tacharla.
Alto: No tenemos diccionario.
Flaco: Entonces ya hemos avanzado bastante.
Alto: No estoy de acuerdo en este tema de la carta documento y del presidente. Dentro de estas cuatro paredes nos alcanza con no pronunciar esa palabra maldita y es suficiente. Es el mundo el que no existe.
Flaco: Técnicamente el que no existe sos vos, pero esos son detalles. Si hablamos en términos estrictamente biológicos lo que llamamos –Y hace un gesto con la mano para dar a entender que no puede pronunciar esa palabra- no es más que información. Es el sistema nervioso que le avisa al cerebro que falta alimento. Lo único que estaríamos haciendo sería desinformándonos. Tendríamos que no mirar la televisión.
Alto: No tenemos.
Flaco: No escuchar la radio.
Alto: No funciona.
Flaco: No leer los diarios.
Alto: El puesto de la esquina cerró.
Flaco: Entonces ya está hecho, el hambre no existe.
Alto: Tengo hambre
Flaco: Yo también.


Entre sorprendido e incomodo el alto levanta su cuerpo y se incorpora en el lugar. Mira para todos lados como buscando algo que no existe. Se encuentra con una idea casi morbosa, extiende su mano y lo señala al Flaco, acusador y desconfiado frunce las cejas.

Alto: Decime la verdad. Que ni se te ocurra mentirme. Vos, alguna ves, ¿Trabajaste?
Flaco: Me estás insultando. Soy demasiado inteligente para ser útil.
Alto: ¿La inteligencia te hace inútil?
Flaco: No, no es eso. Es muy sencillo. Soy tan inteligente que no necesito servir para algo en especial. Mi inteligencia es útil en estado puro. Si se usa se degrada. ¿Y vos?
Alto: ¿Yo que?
Flaco: Eso. Si trabajaste.
Alto: Jamás. Soy demasiado libre para trabajar.
Flaco: Y eso como es.
Alto: Así.
Flaco: Explicalo un poco mejor.
Alto: Es tan sencillo que me da vergüenza. Tengo miedo de ofenderte.
Flaco: No hay ofensa alguna. Proceda.
Alto: El trabajo implica la utilización del tiempo en generar valor. Solamente los esclavos utilizan su tiempo de esa manera. Yo que soy un hombre libre, no tengo permitido por mí ética mal gastar el tiempo en ese tipo de actividades. De hecho cualquier acción, hasta la más mínima, es inmoral.
Flaco: Eso no puede ser. En ese caso no serias TAAAN libre.
Alto: No, no es eso. Tampoco es moralmente correcto ser absolutamente ético. Un hombre libre tiene la obligación de equivocarse.
Flaco: El error es necesario.
Alto: No solo necesario. Es ley. Si una persona pretende no equivocarse en toda su vida esta negando su condición de humano. Eso es una herejía.
Flaco: Una pregunta más. Si tenés la obligación de cometer errores, ¿Por qué no te equivocas y vas a trabajar?
Alto: Porque Tengo hambre.
Flaco: Si yo también.
Alto: Creo que lo más adecuado sería no comer hoy. Podríamos dejarlo para mañana . ¿Qué te parece?
Flaco: Si, la verdad que hoy estoy muy ocupado. Ayer tampoco puedo, creo que toda la semana pasada estuve con muchas cosas que hacer.
Alto: Haceme el favor y revisa tu agenda, no sea cosa que mañana tampoco puedas.
Flaco: No uso agenda. Lo tengo todo en la memoria.
Alto: ¿Tenés memoria?
Flaco: Si claro. ¿Vos no?
Alto: Si, yo tengo. Pero la verdad no esperaba que vos tengas y uses la memoria.
Flaco: ¿Y por qué no lo esperabas?
Alto: Pongámoslo en un ejemplo. Un actor tiene memoria. Memoriza un personaje. Un personaje no tiene memoria, simplemente es. Los que caminan dormidos son los personajes. Van por la vida creyéndose libres y en realidad están representando solamente un eslabón de un engranaje, un papel en una obra. Los que, como yo, son verdaderamente libres son los actores. Eligen quien ser. Y no solamente eso. Somos plenamente concientes de que no queremos ni aceite ni tuercas.
Flaco: Yo también soy libre entonces.
Alto: No lo creo. Te falta todavía. Tenés memoria. Eso es un gran avance, pero te falta otra cosa.
Flaco: ¿Comida?
Alto: No, es otra cosa. Es algo más abstracto.
Flaco: La luna.
Alto: Algo mas concreto.
Flaco: La nariz.
Alto: No, es como algo más elevado.
Flaco: El pelo.
Alto: No, no es el pelo. Es la razón.
Flaco: Razones sobran.
Alto: Si, pero la razón no es lo mismo que las razones. La razón es la capacidad de discernir entre lo que sirve a la memoria y lo que no sirve. Para después quedarse con lo que no le sirve y olvidar todo lo que si sirve.
Flaco: Ya lo olvide.
Alto: Puede ser entonces que seas actor.
Flaco: Y a demás tengo hambre.
Alto: ¿No tenés alguna idea?
Flaco: ¿Una idea que se coma o una idea para conseguir comida?
Alto: Dale.
Flaco: Cual de las dos.
Alto: A cualquiera.
Flaco: Saciedad. Ni se come ni sirve para conseguir comida. El sencillo acto de pronunciarla equivale, en calorías, a un bife.
Alto: Tengo hambre.
Flaco: ¿Cordones?
Alto: Ya no quedan.
Flaco: ¿Suelas?
Alto: Me caen mal.
Flaco: ¿Sombreros?
Alto: Imposible, el último me partió el corazón.
Flaco: ¿Te avandonó?
Alto: No, o si. En realidad no nos podíamos entender del todo bien. El problema estaba en que queríamos entendernos. Entender es, a veces, innecesario.
Flaco: Voy a robarme al verdulero.
Alto: No tardes. Tengo hambre.

El vendedor de libros


Y si le digo que desde chiquito no me lo cree. Para Usted es simplemente escuchar. Cierra los labios y abre los ojos. Yo tuve que vivir toda una vida para poder escribir este cuento. No estoy muy seguro de poder darme a entender en el lenguaje más inapropiado posible. Prometo voy a hacer el mejor intento.
El problema surge por las relaciones de intercambio. Si yo le digo a una damita que me de un beso por dos pesos muy probablemente me tire un zapato por la cabeza. Si le regalo un cuento a una damita y le digo que fue traído especialmente desde otros mundos un poco más ondulados que este sólo para que ella lo lea probablemente me de ese beso. Ese mismo cuento yo podría venderlo a dos pesos y en lugar de regalarle un cuento le compro el beso, no es así como funciona. La solución existe en el regalarse. No le ponga precio a mis acciones. No le ponga el ojo. Claro que podría, no quiero. El pero tiende a extinguirse.
En mis términos, en realidad, todos pueden. No es una cuestión de quien más y quien menos, si es una especie de posición en la cual me niego a ser productivo. No es soberbia se lo aseguro, si no estamos hablando de una casa en cuentos, sino de un sencillo beso. Pero eso que puede ser en dos palabras, un poema o la nada misma, para ser puesto en letras necesita trabajo. Mucho o poco, lindo o feo. En ese trabajo, en este sencillo trabajo yo recupero, desentierro y desparramo muchos libros que tuve que leer. Muchas películas. Tuve que ir al jardín un montón de días seguidos cuando era chico para sentarme hoy a escribirle. Y podría perder el tiempo explicándole porque, o podríamos suponer que ya no lo recuerdo, inclusive podríamos conciliar que Usted existe y que puede ir a buscarse y no necesita que yo le explique todas estas cosas.
Después de todo eso, para mi, queda el vacío. Porque esto mismo yo lo explico abajo, a su misma altura y Usted no me lo escucha. Solamente la distancia lo hace entrar en razones. Verlo ya terminado y prolijo, sin menudencias. Pero antes de todo esto que Usted lee, antes de la corrección, antes de la escritura, antes de la noche entera que pase dando vueltas en un sillón sin poder dormir teniendo a unos metros una cama, antes de todo eso y de muchas otras cosas más Usted tiene que permitirme su atención.
¿Cómo hacerle una pregunta al silencio? Y yo se la cambio un poco, ¿Qué es escribir? Es que si no existe un público que considere pertinente ceder el uso de la palabra la comunicación no existe. Ojo, para eso es necesario escucharnos, o por lo menos saber que existen cosas flotando que pueden ser escuchadas, aunque sea por casualidad. Entonces le cedemos la palabra al viento. O le pedimos al vacío que nos cuente alguna historia. Todo eso es gratis cuando lee. Nadie le cobra la vida que se invierte en las letras por el goce de la escritura. ¿Quiere saber por qué? Porque si tuviese que cobrarle todo el tiempo que dedique a ser el que puede escribir estas palabras Usted no podría pagarme. Y no podría porque yo jamás le fijaría un precio. Usted tiene la capacidad de inventar uno, digamos una casa con patio y cochera. Pero ni así yo aceptaría. Es como cobrar por estar vivo, no se puede. Uno lo tiene que hacer por decisión propia, más allá de todo lo demás. Sólo se escribe para el silencio. El eco es un detalle.
Imagínese que un día me levanto estafado. Camino de una punta a la otra y pienso que, al fin y al cabo, estafado y estofado suenan muy parecido. Ese día, simplemente por ese acto, aunque a Usted le cueste trabajo creerlo, decidí dedicarme a defraudar. Y fue lo único que pude hacer bien en mi vida. Cuando por fin entendí que todo lo que yo necesité, necesito o necesitaré me lo podrían haber regalado y que a su vez yo podría haber regalado todo lo que tuve, lo que tengo y lo que tendré y que sin embargo, a pesar de la posibilidad material de realización de esta situación esto no sucedió, no sucede ni sucederá entonces en ningún lugar pude, puedo y podré hacer lo que todos deben hacer antes del principio. Sonarse la nariz.
Bienvenidas a la sonoridad. Bienvenidos a la fuerza maldita de todo lo bastardo que pueda ser pensado. Vienvenidos a una propuesta de desconcertación. Dislocar. Prepararlo para lo imposible. Usted no solo lo verá. Lo escuchara.

Medias caras


El flaco entra con una carretilla repleta de naranjas. Entra con paso firme y frente mirando al horizonte. Apoya con fuerza la carretilla en medio de la sala. El ruido asusta al alto que lo mira desconcertado. Lo busca el asombro. El flaco se da vuelta y recita enérgico. El alto se contagia y gritan para rabiar la carne.

Flaco: Anuncian una ausencia de demencia.
Alto: Fermenta lo manso en la calle.
Flaco: Genera comunidades clandestinas.
Alto: Ejércitos de espíritus con sed.
Flaco: Se reconocen por la mirada.
Alto: Se esperan indiferentes.
Flaco: Saben que alguien está por llamarlos.
Alto: Presienten la hora de despertar.
Flaco: Intuyen en la miseria.
Alto: Inventan en la imaginación.
Flaco: Creen que divagan en delirios.
Alto: No saben que el otro comparte.
Flaco: No saben cuantos que somos.
Alto: Tienen miedo de creer.
Flaco: Todavía hablan en vos baja.
Alto: Sienten vergüenza de gritar.
Flaco: Ya no vuelan.
Alto: Ya no ríen porque sí.
Flaco: Casi piensan en resignaciones.
Alto: Derrotados por la elegancia.
Flaco: Desanimados por el tamaño.
Alto: Desconfían de sus sueños.
Flaco: Comamos naranjas.
Alto: Veladores sembrados en tierras tomadas. Ocupaciones clandestinas de espacios para la insurgencia. Generación de corrientes punzantes de cintas y rollos guardados en cajas de piezas marrones con multas de liebre y fiebre por baile.
Flaco: Comamos naranjas.
Alto: Millones de naranjas. Toneladas de naranjas.
Flaco: Naranjas azules
Alto: Naranjas como bombas. Naranjear los palacios. Naranjear a los jueces. Naranjear al poder. Quiero sentir olor a cítricos en las calles. Quiero cascaras en las plazas. Semillas en los estacionamientos. Gajos en las iglesias.
Flaco: Empezamos con una carreta. Seguiremos con la organización de un movimiento anónimo de sublevación. Teñiremos las calles. Será naranja.
Alto: Pero antes comamos.
Flaco: El verdulero quiere matar a mis muertos y violar a tus tías. Dice que en cuanto nos cruce afuera de este dignísimo hogar al que el desgraciado llamo madriguera, búnker y aguantadero nos va a abrir con un cuchillo. Insistió mucho en que te cuente que va a conseguir uno de carnicero. Quiere empezar por los tobillos. Un golpe seco y penetrante. Sin ceder en la presión subir por la pantorrilla hasta cortarnos los tendones para que tengamos que vivir arrodillas y que todo mundo sepa que nunca lograremos el perdón del cielo.
Alto: ¿Dijo cielo?
Flaco: Dijo que no lo iba a olvidar, pero es casi lo mismo. El tema es que me corrió. Muy poco de hecho. Un trote. Pero fue indignante. Hacerme correr cuando sabía que tenía la carreta bien cargada. No sé a donde vamos a parar.
Alto: Quiero las paredes llenas de medias caras. De esas que tienen algodón. Todas por la mitad. Todas de color naranja. Quiero cejas. Quiero narices. Quiero bocas y labios. Quiero que las orejas dejen de existir.
Flaco: Un mundo de sordos. Un mundo de sombras. Un mundo que debe despertar.
Alto: Un mundo inmundo inundado por el jugo de naranja.
Flaco: Un mundo sin verduleros.
Alto: Un lugar donde a veces los cauces de los ríos desborden los picos de las montañas. Un lugar en donde el verano se extinga. Una frase en donde las palabras no existan.
Flaco: Quiero sentarme y descansar.
Alto: Las injusticias me ponen muy nervioso.
Flaco: Quiero hacer una reforma agraria. Hay que tomar los campos y llenarlos de naranjas. Usemos sus tierras para producir bombas de color.
Alto: ¿Se pueden comer también?
Flaco: En contra de todo lo que existe.
Alto: A favor de todo lo todavía no existe.
Flaco: Movimiento.
Alto: Circularidad.
Flaco: Una naranja circular.
Alto: Un tiempo naranja.
Flaco: Un mundo mejor.
Alto: Un mundo sin hambre.
Flaco: Y sin verduleros.
Alto: Y sin orejas.
Flaco: Comamos.
Altos: Quiero una naranja.
Flaco: No tengo.

El flaco vuelve a donde está la carretilla llena de naranja. La agarra con odio y la tira. Las naranjas desaparecen. Nadie piensa en comida. Solamente ven medias caras.

Puchero de caracol



Hay que festejar al caracol que nos presentó la lentitud. Nos mostró que yendo despacio a cualquier lado podemos inducir a los dedos cósmicos a que nos levanten y lleven a canteros elevados donde crezcan plantas de frutos sagrados. Hay un hombre fuera de este mundo que tiene una llave. Dice que pudo irse y ahora quiere volver. Algún día una tortuga verde de caparazón a cuadros querrá ser mantel. El invierno tiene bolitas amarillas.
En medio de una discusión sobre domingos alguien trae a colación las pastas con brúcula. Otro le contesta que mejor es la madera de un sauce. Pero a mí me queda mejor la idea de un puchero de caracol. Una bolsa gigante y dos guantes. Recorremos el barro buscando hasta que logramos poder, y los ponemos en una olla. Las casas vaciadas serán el hogar de las fantasías. Viscosos y algo amargos, el cartílago representa la ausencia de la velocidad. En una especie de torbellino arqueado sobre su propia espalda una bailarina de pies hermosos por lo pequeño me enseña el aroma de la felicidad. ¿Tengo olor a pie? Por supuesto que si, el más hermoso olor que un pie puede tener es el olor a un pie. El dedo gordo del pie, el tobillo del pie y el arco doblado que es condimento de todo lo que pica en este mundo.
¡Cómo voy a extrañar a mi caracol! Y yo que pensé que era mi dedo. Hay que tomarse las pelusas del ombligo y tirarlas al viento, para que se junten con los panaderos y fecunden los suelos áridos de estas mesetas.
Y que ni siquiera sea pensado por un segundo. Los hilos de este juego no pueden ser tomados. Hay que dejar que se muevan a su propio ritmo. Hay que encontrar en el devenir una idea sin cabeza. Hay que dejar de calcular y aprender a esperar. Esa es la sabiduría que se obtiene con el puchero de caracol. Tiene una casa que da vueltas sobre sí misma, empieza para terminar y termina para salir al balcón. Hermoso balcón. Abandonado balcón. Vení, no te vayas, quedate arriba mío y abrazame. Nada importa.
El caracol no se pone triste porque falta mucho. Aprende a seguir siendo un poco agrio y un poco dulce. Dice que queda bien con zanahorias y que le gusta el roquefort, dice que es la única comida azul del mundo que conoce. Hace platos de comida que nunca probé y escribió una canción hermosa que no quiero escuchar pero que es mía para siempre.
El puchero sabe que se va a enfriar en la mesa esperando que alguien lo coma. Sabe también que van a salir a caminar las paredes por las calles y que él va a seguir esperando, sentado en esa silla cuadrada en la que alguna vez se acostó un ombligo y una espalda.
A partir de hoy, y por un rato muy corto, voy a ser el hombre más feliz del mundo, tengo música y creo en la magia. Pera mañana tengo pensado usar una escoba como pincel y salir a dibujar duendes en las ventanas. Un libro entero sobre ventanas. Y un pastel que se enfría en la estufa. Tengo que usar la palabra chimenea, a veces tiene miedo y también junta mugre.
Hay que hacer volver a la metáfora estúpida. A esa que parece que está hablando de otra cosa, a esa que no habla de nada en especial y que significa una tristeza guardada en una lágrima guardada en una bolsa guardada en una caja cerrada con un beso. Era un regalo que también quemé.
Hoy voy a quemar el sol. Quiero que sea gris para sonreírle a la etiqueta y comer, en una cuchara de madera, un hermoso puchero. Siempre de caracol.

El hambre


El flaco tiene la cabeza metida en un placard alto y de madera. El alto parece estar muy preocupado. Camina de una punta a la otra de la habitación. La solución al dilema se le presenta de repente como un milagro. Sale pero solo por un instante. Vuelve con una jaula para pájaros, todos estamos vacíos. Mientras tanto el flaco sigue revisando, buscando para no encontrar. El alto contempla la ausencia de un pájaro.

Flaco: ¿Podemos comernos una campera de cuero roja?
Alto: Son malas para la circulación.
Flaco: Tengo una bata blanca de algodón hasta las rodillas. Tiene un codo prendido fuego y una mancha que crece si le silvás bajito.
Alto: Eso para el postre.
Flaco: Tengo un poco de dudas con la entrada. Si pongo ojotas ventiladas con pañuelo no creo que alcance. Tengo solamente dos pañuelos.
Alto: Si son a cuadros los pañuelos vale la pena.
Flaco: El plato principal no se discute. Un vestido blanco a lunares negros. Siempre quise tener una mujer que me cante vestida así. Compre el vestido hace quince años. Todavía no tengo quien me cante.
Alto: Si comemos nos morimos.
Flaco: Bueno, entonces suspendo la entrada. Puedo airear las pantuflas.
Alto: Mi pájaro ya no canta. Comió ayer maís y ya no canta. Miralo ahora.
Flaco: Ya te dije mil veces que no es lugar el medio del living para poner una jaula de pájaros. Para eso están los baños.
Alto: Tengamos hambre.
Flaco: Eso nos haría inmortales y no quiero vivir tanto.
Alto: Comer es morir. Un manjar y se puede derrumbar un edificio encima de ti.
Flaco: A mi me gustaría una foca arriba de una mesa.
Alto: Comer el mundo y ser comido. ¿Era así no?
Flaco: La belleza será digerible o no será. ¿Cuántas vagones de tren vamos a necesitar?
Alto: Si no conseguimos la cabina como diez
Flaco: Entonces vomitaré todos los rieles del monte y construiré una casa para que por allí, cuatro veces a las cuatro de la tarde, pasen subtes de personas horneadas por el calor de los tiempos, rosadas por las camisas, tocándose en ese de apretarse y dejarse excitar. Es muy alegre, pero hoy tengo muchas ganas de estar muerto.
Alto: Entonces, grastroestéticamente hablando, deberías comer y ser comido. Morirías en una entrega absoluta, obsesiva y paranoica.
Flaco: Eso no me gusta. Prefiero el hambre, prefiero dejar todos los manjares por probar, pudriéndose arriba de una mesa tibia y de madera. Hoy voy a empezar a morir de a poco, hasta ahora todo fue un juego, pero hoy moriré de verdad. Quiero dejar lo posible inexplorado y desértico. Mi muerte esconderá lo mis silencios por una eternidad. Será una muerte consagrada a la belleza.
Alto: Puedo ofrecerte un circo de desperdicios, puedo hacerte imaginar una ruta llena de viento y tierra a los costados. Quiero que piensen en una tormenta que cae al costado de un dique.
Flaco: Es que no comer es el error que nos devuelve la vida. Es el placer del sufrimiento. Es dejar que el mundo se quede desnudo para guardarme todas las prendas que tengan botones.
Alto: Yo propongo comer y vomitar.
Flaco: Yo propongo no comer.
Alto: Yo propongo comerlo todo.
Flaco: Yo propongo no proponer y pasar a la disposición. Seamos los dioses de esta miseria. Comer al mundo es cambiarlo, hacerlo alimento de los apetitos. Yo seré el hambre, siempre insatisfecho, un agujero negro que todo lo atrae a su interior para destruirlo.
Alto: Hoy será ese día que tanto esperamos, hoy nos haremos una sola persona.
Flaco: Recuperemos todas las historias ya contadas y fundemos una nueva historia.
Alto: Que sea delirante.
Flaco: Hay que abolir la voluntad de poder e imponer la voluntad del no puedo.
Alto: Seamos unos solo.
Flaco: El nombre del apetito será Blas.
Alto: Y su apellido Gurrieri.
Flaco: Será el coleccionista de nombres.

Alto: ¿Y el pájaro?

Flaco: ¿Y la jaula?