lunes, 30 de junio de 2008

TECNOLOGIA DE LA ALIMENTACION

Uno


En esos días el Señor Ricardo Singusto estaba volviendo a su granja después de un viaje de negocios que resultó bastante malo. A pesar del mal humor que tenía por el negocio frustrado el pasado le nubló la tristeza por un segundo cuando volvió, como en una imagen, una conexión invisible con el lugar en el que estaba parado.

Exactamente un año atrás, el mismo diez de enero pero del año anterior, cuando cruzó precisamente aquella esquina, un señor de barba muy larga interrumpió sus pensamientos para hacerle una propuesta muy interesante. En aquella ocasión había viajado a la sobre habitada Capital Federal para firmar unos papeles sobre una vieja deuda que, recién en ese momento, producto de su prospero negocio con la granja, había terminado de pagar. Como esa deuda le representaba un gran peso, mientras se disponía a regresar a su casa estaba de muy buen humor. Cuando Ricardo era joven gustaba mucho de tener hablar con las calles, las historias que le contaban, las lógicas que enredaban sus relatos, su buena predisposición para invitar cervezas y convidar cigarrillos a pesar de las ausencias de dinero siempre lo predisponían de un forma bastante particular para encarar conversaciones que consideraba muy productivas para la educación y el buen gusto.

En aquel momento se sentía muy joven, así que cuando este barbudo que estaba sentado todo andrajoso le pidió un cigarrillo no dudo en ofrecerle también fuego. Por supuesto, por la correspondiente delicadeza, también se lo encendió. Se ve que el barbudo tomó muy bien el gesto, o estaba muy solo, el hecho es que enseguida se presentó como el futuro presidente de la republica Argentina. Si bien era poco probable que este hombre consiguiese que alguien lo vote era muy cierto que, como su objetivo no eran las elecciones que tendrían lugar el próximo año, ni en cinco años, sino las siguientes, cabía la posibilidad de que en todo ese tiempo el barbudo pudiese armar una estructura partidaria suficientemente amplia como para organizarse a nivel nacional.

El barbudo le había confesado su secreto, le dijo que producto de varios años de investigación había conseguido un alimento revolucionario que permitía hiperengordar un chancho en tan solo un año. El barbudo le explicó a Ricardo Singusto que su primer objetivo sería vender su prodigioso invento a un buen precio y, con ese dinero embarcarse en la industria alimenticia para borrar el hambre de la faz de la tierra. Esto le traería tan buena reputación y renombre que sin duda en el plazo previsto no tendría problemas en conseguir que la gente lo vote por presidente.

La lógica parecía bastante buena, pero la verdad es que Ricardo había aprendido a entender que la calle disfrutaba mucho haciendo bromas. Hay que aclarar que esta actitud no tenía el carácter de burla, sino todo lo contrario. La calle tiene formas muy especiales de razonar, y se permiten encontrar una alegre actitud frente al mundo que a veces es tomada por locura.

La cuestión central del relato es que un poco por divertirse, un poco porque estaba de buen humor y otro poco porque el barbudo le había caído simpático Ricardo le contó que tenía un granja y que casualmente hacia dos meses que había traído un chancho nuevo. Bautizado como Ricardito, en honor a él mismo. Le explicó que si quería podía probar su formula revolucionaria en su chancho y que si los resultados eran los que el decía en un año se reencontrarían para hacer negocios juntos.

Si alguno piensa que esta respuesta asombró al barbudo le adelanto que esta muy equivocado, la inmediata respuesta fue tirar el cigarrillo que le había convidado Ricardo, que estaba por la mitad, revisar sus bolsillos, cada uno de ellos como tres veces, no encontrar nada, pedirle otro cigarrillo a Ricardo, prenderlo, fumarlo por la mitad, volver a buscar en sus bolsillos y encontrar, enganchado en un pequeño agujero de su pantalón una pelotita de color azul, más o menos de unos tres centímetros y medio de diámetro, que procedió a exhibir con absoluto orgullo mientras tiraba el recién encendido cigarrillo al piso y lo pisaba como descargando la furia de una vida miserable, aceptando que todo cobraba un giro inesperado.

Dada la seriedad del asunto Ricardo Singusto creyó que no estaba demás preguntar que era este misterio. La pregunta no pareció caer bien, pero el barbudo se repuso de su enojo en seguida para explicarle que aquella pelotita diluida en una tonelada de agua, a razón de un poquito de agua a la mañana y un poquito a la noche, sería suficiente para que al cabo de un año tuviese un chancho tan gordo que tendría que mandar a afilar su cuchilla para poder cortar su cuero.

Ricardo ya tenía bastante experiencia en granjas y sabía perfectamente que un chancho no vive a agua y mucho menos engorda sin comer. Así y todo estiró la mano para tomar la pelotita que el barbudo le ofrecía. Imagínense cual fue su asombro cuando éste, en repentino arrepentimiento, retiró la bolita azul y cerró la mano violentamente. Mirándolo con desconfianza. Entonces el barbudo cambió su mirada y frunció su ceño.


Tres cosas son importantes

La primera, si no crees en mi invento no te lo lleves. No tengo más como para que lo desperdicies.

Segundo, ni se te ocurra tirarle toda la pelotita de golpe al chancho, es esencial que respetes la cantidad de agua y la dosificación que te digo, de lo contrario solo el diablo sabe que puede pasar. (En este punto pareció particularmente interesado)

Tercero, el punto anterior es importantísimo. Si pudiese te lo explicaría pero, aunque no sepas porque, tenés que hacerme caso.

Cuarto, una vez que tengas el gran chancho, vas a tener que venir en un año por esta misma esquina y entonces vamos a hacer grandes negocios. Alimentaremos infinitos chanchos para llenarnos de dinero.

Por ultimó y más importante de todo –perdón no eran tres?- no me interrumpas gruño el barbudo. Quinto y más importante, las ganancias producidas por el invento serán usadas con fines revolucionarios. Esto me permitirá conseguir la base material y los contactos para organizar mi campaña electoral en nueve años. En ese momento alimentaremos un millón de chanchos y ya no habrá hambre. Encontraremos la manera de aplicar mi invento a las plantas y a todo lo que sirva de alimento y así crearemos un mundo nuevo y mejor. Más azul. Un mundo de gente gorda. En ese momento el barbudo llamó a Ricardo como para decirle un secreto, Ricardo se inclinó, en voz baja y con una mano en su oído le susurró –lo veo en un año en esta misma esquina- Y paso seguido le entregó la pelotita. Ricardo guardó el tesoro, le ofreció otro cigarrillo, sacó uno para él, prendió los dos y se fue.

Pasando por esa misma esquina, exactamente un año después, pensó en como cambian las cosas. Un año atrás estaba de muy buen humor por solamente un negocio, esta vez estaba de muy mal humor solamente por un negocio. Pesaba en que era muy ridículo eso de los cambios de humor, pero no solo en eso pensaba. La historia de aquel barbudo le había vuelto a la memoria como de casualidad, y justo en aquella esquina y justo un año después. Trató de hacer memoria y recordó que no había hecho caso a aquel tipo tan simpático. Recordó que se había olvidado completamente de la pelotita azul, que la había dejado en su bolsillo como un mes entero sin notarlo y recordó que un día, cuando volvió a ponerse el saco que uso aquel día, por casualidad, metió la mano en el bolsillo. También por casualidad estaba justo frente al chancho y también por casualidad justo había olvidado el consejo del barbudo. Fue entonces, así porque si, que le tiró la pelotita naranja entera a ricardito. La devoró con mucho entusiasmo.

Ricardo Singusto pensaba que no creía en las casualidades, pensaba en que alguna cuestión había detrás de que, en aquel día que estaba de tan buen humor por un negocio había sido castigado por banal. Como una burla absurda esa pelota azul se le había cruzado para, un año después, en la misma esquina, frente a su mal humor, recordarle que su chancho estaba flaco y los tulipanes no crecían. Justo que se lo había prometido a un cliente muy importante. Ricardo iba a cerrar un muy negocio con este tipo. La reunión arrancó mal desde el principio. El cliente, como apropósito, empezó la charla preguntándole a Ricardo si recordaba que le había prometido un chancho muy gordo. Ricardo tuvo que explicarle que tenía su chancho pero que estaba flaco, el tipo pareció tomar esto como un insulto y a partir de ese momento todo en la reunión salió mal. Flotaban explicaciones delirantes sobre relaciones imposibles, pero el no creía en las casualidades y esa bolita azul seguramente tenía la culpa de todo.

Así estaba Ricardo, mascando bronca. Cuando por casualidad, como llegando tarde apareció el barbudo. Ricardo lo reconoció en seguida, fue la materialización de su memoria, pero no entraba en si cuando lo vio llegar todo agitado. Como si hubiese venido corriendo. El barbudo, sin siquiera saludar, se paró en frente de Ricardo, puso sus dos manos en sus rodillas y tomó un poco de aire. Ricardo lo miraba desbordado por el asombro. Recuperó el aliento de a poco, se incorporó y miro a Ricardo a los ojos para decirle -¿Y? ¿Como va nuestro chancho?-

Dos


Ricardo Singusto era hombre austero, no había forma de hacerlo contraer algún tipo de deuda. Si bien estaba acostumbrado a vivir al día se las arreglaba con lo que tenía sin mayores problemas. La deuda era, en cierta forma, responsabilidad de Regina Aceituna.


Este hermoso personaje era la mujer de Ricardo, su compañera, su amante, su esposa, su enemigo, la verruga del vecino, su enfermedad y también el cura. Ricardo ya no tenía amigos o parientes, pero no se cansaba de repetirle a Regina que mientras la tuviese a ella lo tenía todo. Aunque parezca improbable la deuda apareció el mismo día en que Ricardo y Regina se conocieron, a causa de un incidente que para muchos sería muy penoso, pero no para Ricardo. Claro, a la luz de los hechos las penas fueron consecuencia de aquel hecho, y en última instancia Ricardo terminó arrepintiéndose. Pero debe ser aclarado que el arrepentimiento no fue por culpa o remordimiento sino por esa sensación en los tobillos que aparecen en todos los tragos difíciles de la vida. Esa irremediable imagen de que todo podría haberse evitado, que podría haber sido de otro modo. Pero claro, las cosas son lo que son y Ricardo sabía perfectamente que no tenía sentido lamentarse sobre el pasado. Constantemente se lo escuchaba repetir una de sus frases de cabecera a Regina cuando se ahogaba en un vaso de agua –un problema, si no tiene solución, no es un problema.

La historia de la deuda empieza así. Auque siempre muy correcto y educado Ricardo Singusto tenía una debilidad muy especial, no le gustaba decir la verdad. Como estaba bastante inspirado en todos estos temas de las conversaciones podía sostener prácticamente cualquier posición, y acto seguido lo contrario, sin entrar en contradicción. Esto por supuesto desde lo que el pensaba de si mismo, ya que los que alguna vez llegaron a conocerlo sabían de antemano que, en cuanto habría la boca, se podían esperar las mayores barbaridades sin ningún propósito. Esto a veces divertía muchos, claro que a veces los hartaba demasiado. Todo dependía de la humedad.

Pero había gente que no entendía su sentido del humor, y muchas veces estas personas eran el blanco favorito para los humorismos de Ricardo. Por eso la historia empieza en un supermercado. Ricardo tenía por entrenamiento entrar en los supermercados y llevarse un souvenir. En su más lejana infancia había logrado una basta colección de perfumes baratos de la cual estaba muy orgulloso. Ricardo jamás uso perfumes. Ya más grandecito gustaba llevarse y no pagar algunas cosas para su estomago. Pero una vez, en un intento por hacer milanesas a la napolitana, el detector de ladrones hizo un inesperado pipipipip frente al queso mantecoso que Ricardo tenía en su manga.

Ricardo, cuando cuenta esta historia, suele recordar que ese día estaba vestido de una forma poco práctica. Tenía todos los pelos despeinados, la barba larga y desprolija, las zapatillas muy rotas y, por supuesto, su hermosa campera de bolsillos grandes. Por lo general tomaba los objetos que quería comprar y, mientras lo hacia, elegía alguna cosita que le gustase y se la guardaba en el bolsillo. Por algún motivo en especial (Ricardo pensaría que todo este asunto se debió a este pequeño detalle) ese día no eligió el bolsillo sino la manga. Usted dirá ¿y? pero este es un dato de suma importancia. Cuando el aparatito sonó Ricardo se sintió muy aliviado de no tener el queso en los bolsillos (lugar en donde revisarían primero) así que se hizo el desentendido y empezó una actuación que solo logró magnificar todo el asunto. Cuando el señor de seguridad fue a revisarlo Ricardo se desabrocho la campera y dio una media vuelta muy elegante trasluciendo toda su impunidad. El señor en cuestión lo revisó como tres veces sin encontrar nada. Pero claro, estaba el hecho de que el casa ladrones hacia en cada vez pipipipip, cosa que no convencía al señor de seguridad. Esta historia termina con un exceso de confianza. Como dando una vuelta triunfal Ricardo giró sobre su propio eje con los brazos extendidos, el señor de seguridad ya estaba por dejarlo ir, pero ese pequeño incidente… sin quererlo el brazo de Ricardo se metió dentro de la esfera de influencia del aparatito del pipipipip.

El señor lo miró, Ricardo miró al señor, el señor palpó el brazo de Ricardo, encontró un bulto y preguntó ¿y esto qué es? Ricardo no tuvo mejor idea que imitar a un mago sacando a un conejo de la galera. Personificando su nariz le contesto ¡un quesito! mientras metía su otra mano en la manga y sacaba el por salud. De más esta decir que el seguridad, casi convencido de la inocencia de Ricardo, la cajera, que a veces lo miraba entre las piernas (Ricardo era cliente de aquel supermercado) y todas las señoras de la fila pusieron esas caras de indignación en las que las cejas se juntan con la pera.

El incidente no pasó a mayores. Más allá de las cuadras que Ricardo tendría que caminar de más a otro supermercado (en este ya tenía la entrada prohibida según palabras del seguridad) no hubo otras consecuencias. El hecho fue que Ricardo había olido en aquel momento la posibilidad de hacer una gran broma. Existe una pequeña cajita de madera que encierra muy bien apiladas las buenas costumbres y el buen gusto. Existe otra cajita, que no es de madera, en la que se guardan todas las cosas de mal gusto y que están mal. Por muchos años Ricardo había buscado el humorismo perfecto, ese que estuviese por fuera de las dos cajitas. O en las dos. Ese sublime momento sería producto de una situación extraordinaria en la que, a pesar de que la misma lluvia cayese de abajo para arriba, él sabría reconocer un instante que, por sí solo, sería suficiente para demoler todos los edificios, casas y montañas del mundo y construir sobre sus ruinas una hermosa fuente.

El día de la broma conoció a Regina.

Para la ocasión Ricardo Singusto se había cortado el pelo, afeitado y puesto camisa, corbata y zapatos. Salvando el hecho de un minúsculo agujerito que había en su zapato Ricardo estaba hecho un señor. Irreconocible, en otras palabras.

Con mucha tranquilidad entró al supermercado y, al ver que nadie decía nada, se puso a trabajar. Ricardo tenía todo planeado, no tenía dinero, no tenía cosas de valor y sabía que, más que un par de días en la cárcel por vandalismo, no podían hacerle nada. No había calculado que las cosas podrían salirse de control por culpa de Regina.

Se dirigió directamente a la sección de vinos importados y, uno por uno, seleccionó a vista los vinos más caros para romperlos contra el piso. En su mente el había previsto que, hasta que el seguridad se lo viese, (la sección de vinos estaba muy lejos de la caja) tendría tiempo suficiente para despacharse con las mejores cosechas de la casa. Pero como todos los tiempos transcurrieron demasiado rápido optó, sobre la marcha, por modificar parcialmente su plan. En otras palabras empezó a tirar todos los vinos que tenía al alcance de la mano.

Creo, por la cara del seguridad, que comprendió todo, inclusive la identidad del vándalo, en una sola ráfaga de olor a vino tiento. Esta hipótesis fue rápidamente contrastada cuando el tipo éste, asombrado, gritó ¡pero que hijo de puta! es el del queso-

Mientras el seguridad permanecía perplejo Ricardo seguía tirando vinos sin siquiera prestarle atención. Cuando se le acercó gritándole que era pelotudo y que ahora si que te pasaste, Ricardo Singusto, en una actitud que lo embistió de una honabirilidad memorable, se dio vuelta hasta estar de frente al seguridad. Miró la mano que estaba apretando su brazo con la clara intención de evitar que siguiese rompiendo cosas y le dijo, muy suelto de cuerpo –no me toque, tengo inmunidad diplomática-

Por supuesto que el momento de desconcierto propició un sólo segundo de desatención, en una sola ambigüedad Ricardo lo aprovecho y se soltó el brazo derecho para tirar otro vino. Uno barato por lástima, de haber sido más caro el momento hubiese sido perfecto.

De ahí en adelante las cosas se tornaron más violentas. El seguridad que forcejea con Ricardo, este que aduce inmunidad, el otro que le dice que le importa muy poco si es diplomático o rey del congo, Ricardo que le dice que el congo no tiene rey, el otro que se enoja y ahí, en un momento muy parecido al de la caída de la torre de babel, surgió un amor interminable, gigante. Realmente fue sólo en una mirada que Ricardo comprendió que esa mujer que le estaba partiendo un botellazo en la cabeza al seguridad, esa que después lo tomó del brazo (no sin antes llevarse un vino en la cartera) y lo obligó a salir corriendo del lugar, que esa preciosa morocha de ojos ámbar era la mujer para el resto de su vida.

No voy a entretener al lector con los pormenores de la cogida que tuvo lugar en el departamento de Ricardo, ni como aquel vino robado sirvió de desayuno a la pareja, ni mucho menos voy a entretenerlo con todos esos detalles escabrosos que siguieron. Léase prisión preventiva, cargos por lesiones y vandalismo, juicios, abogados, y una suma por la liberación de los enamorados que, si no fuese por el padre de Regina, Ricardo no hubiese podido pagar ni vendiendo su cuerpo a alguna sesentona. Lo que si voy a contarles es otra cosa.. Ricardo, al entrar en su departamento, creyó que había conseguido dar un golpe magistral. Creyó que la aparición de Regina convertía a aquella broma en una anécdota inmortal y creyó, sobre todo este punto lo ponía muy contento, que todo quedaría impune.

Lo que no pudo siquiera considerar fue que, dado que era del barrio, lo encontrarían al día siguiente.

Por todo lo demás un párrafo para el señor Aceituna, gran benefactor de la pareja y desde ese momento persona de la más profunda amistad para Ricardo. Digo esto porque no sólo consiguió liberar a los dos de la cárcel y les consiguió el mejor abogado que el dinero pudiese comprar. Claro que el señor Aceituna era un hombre muy centrado que tenía un profundo amor por su hija, más allá de sus continuas barbaridades. Así que, presto a facilitarles el camino para conseguir el dinero necesario y para ver si la vida de campo apaciguaba los ánimos de la pareja, les cedió un campo para que cosechasen maíz y criasen animales en las afueras de la provincia de Buenos Aires.

Aquel diez de enero, cuando Ricardo se cruzó al barbudo, venía precisamente de dar la última parte del dinero al señor Aceituna. Él no dejó de felicitarlo por los buenos rendimientos que estaba dejando la granja y, como ya se le había hecho costumbre, entre trago y trago de vino, le recordó que ya estaba en edad de ser abuelo.

Cuatro


Si había algo que Ricardo Singusto no tenía ganas de hacer en ese preciso momento era tener que darle explicaciones a un loco sobre lo ridículo y los invento y sobre el sin razón de todo este asunto. Realmente era irrisorio que el de barba se acuerdese de ir, exactamente un año después, a la misma esquina. La memoria, pensó Ricardo, se entretiene sólo en lo intrascendente. Todos conocen los límites a los que había llegado para hacer favor al humorismo, pero aquello ya no le resultaba nada gracioso. Tulipanes de por medio y lo más triste es que eso demostraba su importancia. Ricardo Singusto nervió y recorrió con la mirada una burla, esperanzado en su inminencia, sentía su cara y atajaba su olor sacudiéndole el pelo. Se imaginaba el cielo y su tristeza, lo habría hecho reír y después llorar. La noche y un murmullo de luna “hinchada de tantas estrellas”. Pero nada de esto pasó y había que hacer un gran esfuerzo por demorar el insulto.

El prolongado silencio de Ricardo pareció hacer su efecto, el barbudo no pudo mas que tomar la palabra.

Realmente me alegra mucho que me esperase, tuve inconvenientes que Usted ni se imagina para llegar aquí a horario. Cuénteme por favor, no sea tímido, ¿Como anda ricardito? Me imagino que a estas alturas debe tener los tobillos del tamaño de un océano ¿no?.

Si Ricardo hubiese estado de buen humor otra hubiese sido su actitud, probablemente se hubiese escapado de su boca una historia sobre techos y pisos y su magnifica influencia sobre las mangas de los sacos a rayas. Pero la tenacidad de este hombre para realizar una broma era envidiable, recordó los nombres, recordó la esquina y se tomó el trabajo de estar en un lugar y otra vez medio campo de tulipanes.

¿Cómo sabías que iba a estar acá a esta hora? Nunca arreglamos un horario- dijo Ricardo como sabiendo que había encontrado un punto débil en la historia.

¿Qué nunca arreglamos un horario? Pero si quedamos muy claro en encontrarnos acá mismo a las quince horas veintisiete minutos. Mire nomás, ya son y treinta y cuatro, se me hizo siete minutos tarde, ¿Cómo puede ser que no se acuerde? O que, me va a decir que vino por casualidad a esta esquina de la ciudad justo a esta hora y que nunca arreglamos en encontrarnos. Vamos, lo que sigue es que me diga que el chancho esta flaco-

Bueno, es que precisamente eso fue lo que pasó. Yo le puse el agua y le di las dosis que Usted me indicó pero el chancho no engordó nada. De hecho tuve que empezar a alimentarlo porque se me moría. No comía, no bebía, no-

A estas alturas Ricardo estaba empezando a sentir escalofríos en su estomago, un mal presentimiento lo recorrió desde la uña del dedo gordo del pie derecho hasta la punta. Como no sabía de donde venía ese presentimiento supuso que era por el barbudo, así fue que se decidió a no contradecirlo. Ricardo dejó de escribir su propia historia.

Puede pensarse que en medio de la locura la presidencia fuese real para ella, creyó que esa mugre color azul engordaría al chancho y había estado esperando un año entero alimentándose de fantasías sobre las riquezas que tendría para esta fecha. De hecho, ahora que lo pensaba bien, él nunca había arreglado un horario ¿Sería posible que estuviese esperándolo todo el día? La situación ya no tenía nada de gracioso. La densidad bordeaba lo enfermizo El barbudo parecía muy impaciente y Ricardo empezaba a entender que no conocía los límites de aquel hombre. Cuando miró el cielo estaba muy tarde.

-Dígame una cosa señor mío- le contestó el barbudo a Ricardo en un tono elevado sobre las ramas. – ¿Acaso Usted me ve a mi y ve un tarado? Yo entiendo perfectamente lo que esta pasando, pero quiero que le quede bien en claro, no voy a permitir que Usted robe mi invento, ¿Me entendió? ## NO LO VOY A PERMITIR ## Le digo más, si es necesario lo secuestro y lo torturo y hasta que no me muestre el chancho hiperengordado no lo suelto. ¿O Usted que se piensa? Yo se perfectamente que Usted, al ver los increíbles avances de mi invento, se dispuso a contratar un equipo de expertos para analizar el agua y recrear la formula, se perfectamente que está tratando en este mismo momento Usted me robar señor. Pero déjeme que le diga una cosa, por más estudios que hagan no van a encontrar nada. Me escucho bien, nada de nada, el único que puede repetir la formula soy yo. Nadie más que YO. El mismo, el múltiple.-

La cara de Ricardo se puso verde. Un día para olvidar, entre tulipanes y absurdos las alfombras de la memoria son siempre el mejor lugar. Por fuera de sus cabales, fuera de sus zapatos y fuera de su piel Ricardo perdió las circunstancias, un poco de coraje en una mueca y la válvula que contiene lo ridículo explotó.

A ver, a ver, a ver. Esto ya es demasiado, vamos a poner las cosas en claro de una vez por todas. Yo desconozco cuales son sus motivos para hacer todo esto. Si lo que busca es hacerme una broma le advierto que ya no tiene gracia. Ahora bien, si realmente Usted cree que yo tengo un equipo de químicos trabajando en mi granja para analizar el agua le digo que usted esta realmente loco. Y no se lo digo porque crea que va a ser presidente, tampoco porque crea que se puede terminar con el hambre en el mundo, se lo digo por un motivo muy simple ¿realmente se cree que porque un tipo en la calle me de una bolita naranja yo me voy a tomar el trabajo de hacer un agujero en el piso donde entre una tonelada de agua?, ¿No pensó en la posibilidad de que su invento me importe un suspiro? La porquería esa que me dio se la tire al chancho, de ninguna manera iba a gastar tiempo y dinero en algo así, sería una locura de mi parte. De hecho, debo decirle que no le creí ni por un segundo, y si le invente eso de que había respetado las dosis fue solamente para no decepcionarlo, pero el chancho esta realmente flaco. Le digo más mi barbudo y loco amigo, como si fuese una maldición, desde que comió esa porquería el chancho no engordo más. Así que su invento es un fracaso. Si señor, un fracaso. Y agradezca que no lo denuncie por apología de la anorexia e intoxicación.-

El barbudo quedó en silencio por un segundo. El discurso de Ricardo lo había sacado de lugar. Lo que el le decía era cierto, de hecho él no tenía ni la más mínima esperanza de que alguien le hiciese caso con su experimento. A pesar de la genialidad de su invento existía ese pequeño punto muy débil. Otro más y todo empezaba a tambalearse como si alguien hubiese saboteado la coherencia. Con su aspecto nadie se iba a tomar el trabajo de juntar toda esa agua, nadie toma en serio a un desprolijo. Eso es. De hecho nunca le había aclarado lo del agua, ni la cantidad, ni la dosis. Esta idea lo había torturado en los primeros meses de la dulce espera, se abandonó decidido a que el destino decida. Aunque estaba muy seguro de su invento y sabía que si aquel tipo estaba en esa esquina a la hora señalada y el día señalado era por su culpa, y si decía la verdad, si no había hecho las cosas bien ¿Para que había ido? Si no le creyó, si no estaba gordo, no había motivos para ir, solo el asombro y o la codicia.

Como si todo le cerrase en un segundo el barbudo miró a Ricardo Singusto encontrándose con lo inevitable. Encima no se lo había dicho, su silencio lo condenó y esa culpa pesaría para siempre en sus espaldas.

-¿Así que Usted le dio mi experimento entero a su chancho? ¿Y dice que después de eso, como por una maldición no engordó más no?

- Exactamente – Y un silencio.

-Bueno mi amigo,- empezó el barbudo con un rotundo cambio de animo – Tiene Usted razón, toda esta broma ya llegó demasiado lejos, Usted debe ser un hombre muy ocupado y debe tener un montón de cosas que hacer. No lo entretengo más. De hecho, ¿No se lo comente no? Me voy de viaje, sisi, hoy mismo a la noche me voy para Jujuy, no vuelvo más, así que me despido, fue un gusto hablar con usted, salúdeme a Ricardito-

Le dio la mano para arriba y para abajo, le agarro los dedos con la palma mojada. Así se fue el barbudo, riéndose nervioso y repitiendo. Ricardito. Ricardito. Repitiendo.

Aquella escena había acercado la desorientación a Ricardo Singusto. No encontraba como interpretar aquella situación, sabía con sus huesos que atribuirle locura al barbudo era demasiado simple. No encontró una idea mejor a la resignación, creo que se dejó tranquilizar.

Pobre tipo pensaba el barbudo. No tiene ni idea de lo que hizo. Lo mejor será que desaparezca por un tiempo de esta zona, seguramente me va a venir a buscar. Meditaba muy seriamente sobre estas cuestiones, sintió miedo desde lo cobarde para decir huir, en el fondo y en lo plano estaban torturándolo ¿Cómo podía ser tan insensible?

No hay nada que se pueda hacer. Lo repetía consolando a la repetición. Después de todo yo no sabría como ayudarlo y aunque quisiese ayudarlo el no me creería, me tomaría por loco. No hay no algo.

Por momentos inciertos su miedo se borraba y aparecía el coraje, entonces el barbudo hablaba desde lo injusto y no podía dejar solo a aquel pobre tipo, que debía ayudarlo de alguna manera y todo eso que queda dando vueltas en las orejas puntiagudas. Aunque sea a transitar el destierro a Sirvenia, pero lo tenía que ayudar. El quedaría solo, su mujer no iba a estar, la historia no sería la misma. Trágicas consecuencias de los descuidos y las casualidades, todo se complicó en una duda.

Ya estaba escrito lo que pasaría. El devenir tembló y lloró cuando perdió la orientación. La única realidad es que él no tenía ni idea de cómo se desarrollarían las cosas de aquí en adelante. Y el barbudo que tampoco sabía exactamente que es lo que iba a pasar. Nadie sabía. Todos temblaban.

Quizás nadie en este mundo supiese lo que podía poder pasar. Aunque eso ya no fuera asunto de esta historia había ruido por todos lados. Mientras hacía frío Ricardo tomaba por loco al barbudo para poder irse agradecido de no estar secuestrado en ese preciso momento. Muy de a poco se olvidó de todo el asunto y hasta pudo recordar los tulipanes.

Debatiéndose entre huir o ayudar eligió lo inevitable.

Es que el otro tenía que buscarlo, era seguro que Ricardo regresaría para encontrarse con la cara de la desgracia. Cada minuto valía dedo. Rematando las certezas se acordó de las muchas vidas, eso lo iba a matar con el tiempo, de eso no se escapa uno ni parado en una piedra. Ni los Ríos quitan esas penas. El barbudo tomó la responsabilidad de buscar ayuda para ser útil cuando se lo necesite. Sería difícil explicarle todo, pero él tendría que entender. Después de todo él tuvo la culpa, él le advirtió, estaba seguro que se lo había dicho. Ya no tenía sentido.

Tres


Por supuesto el señor Aceituna era perfectamente conciente de la incapacidad estructural que condicionaría el fracaso comercial de la feliz pareja. En realidad a él no le importaba el dinero que había invertido en liberarlos, pero cuando Regina fue suplicante a pedirle que también ayude a la liberación de Ricardo el pudo leer en sus ojos que ese muchacho podría hacer feliz a su hija. Esto era lo único que le importaba.

A Regina la liberaron dejando bajo sospechas de todo a Ricardo. Si bien sobre ella ya se había dictado un procesamiento (al igual que sobre Ricardo) la justicia había determinado que ella no implicaba un riego para la sociedad así que le permitieron ir a su casa mientras el juicio no tuviese sentencia. A pesar de que el señor Aceituna nunca lo admitió mucho tuvo que ver en esta decisión su amigo el señor fiscal. Pero a Ricardo nadie lo protegía y se podría haber muerto preso sino hubiese sido por Regina.


El señor Aceituna estaba cenando. Solo, como de costumbre, cuando su hija tocó timbre. A pesar de la alegría que le producía verla se quedó callado y la hizó pasar como manteniendo cierta distancia. Ambos se sentaron en el living alrededor de la mesa principal, mesa demasiado grande. Estaban muy lejos el uno del otro.

El señor Aceituna empezó la conversación ofreciéndole a Regina algo para tomar, pero ella no aceptó.

Muy serena le explicó a su padre que sabía perfectamente que él era el responsable de su libertad y que no podía tener más que palabras de agradecimiento para con él que tantas veces la había perdonado y amado incondicionalmente. Le explicó que, como él muy bien sabia, ella jamás le pedía nada y que prefería retorcerse de dolor antes que admitir que necesitaba ayuda de alguien, en especial de él. Le dijo también que en este caso, en este caso puntual, no era su dolor el que estaba en juego sino el dolor de la persona por la cual estaba dispuesta a sacarse los ojos con una cuchara. La persona por cuya vida ella estaba dispuesta a sacrificarlo todo, hasta su orgullo. Prueba de ello era que ella estaba en esa mesa sentada.

El señor Aceituna escuchó en silencio a su hija. Por decisión de ella su relación había sufrido estrías, várices, hemorroides, hemorragias y calvicie. Ella era rebelde y orgullosa, así que se aisló de todos los que la querían sin dudarlo un solo segundo. Su padre, en silencio, dejó a su hija hacer su propio camino, aunque desde las sombras, sin que Regina se enterase, hacia lo imposible por ayudarla. Cuando escuchó el timbre de la puerta miró el reloj con un suspiró de aire frío. Por la hora estaba seguro que era su hija que venía a acusarlo de corrupto y de metido y a repetirle que mil veces le había dicho que no tenía derecho a meterse en su vida, se imaginaba escuchando que así tuviese que estar cincuenta años en la cárcel no tenía que meterse. En parte tuvo razón, era Regina la que tocaba el timbre, por todo lo demás confundió el fresco con la batata.

Frente al desconcierto le explicó a su hija que hasta sus piernas estaban a su disposición si eso la hacía feliz.

Aunque Regina le hizo notar a su padre que exageraba y no perdió la oportunidad de mostrarse indiferente, en lo más profundo de su vientre se sintió tan conmovida como un pato en verano. Le había dicho que si, y antes de que le diga que era lo que necesita. En ese momento sólo podía pensar en la noche de sueño que había perdido armando palabra por palabra lo que le tenía que decir para convencerlo, pensaba en las infinitas respuestas a las infinitas pregunta que ya estaban pensadas. Todo en vano, ahora se había quedado muda.

Regina le explicó, él hizo un solo llamado y a los dos días Ricardo estaba afuera. Había ofertas de agradecimiento al por mayor. En el peaje había colas de camiones que transportaban containeres de gracias para el señor Aceituna, pero Regina los prohibió rotundamente y le explicó que ella hablaría con su padre, que él no tenía que preocuparse por esas cosas.

Fue de esta forma que, a pesar de su terrible orgullo, Regina tuvo que aceptar la granja que le ofreció su padre sin protestar. No podía hacer otra cosa, para mantener la distancia con su padre, y sobre todo esa innecesaria posición de independencia en la vida, le exigió que le cobre hasta el último de los centavos que había gastado en todo este lío. El señor Aceituna primero se mantuvo intransigente en que su hija estaba loca, pero después vio en esta situación una muy buena oportunidad. Le dijo a Regina que aceptaba que le pagasen, pero solo a condición de que fuese con trabajo. Le propuso que se ocupasen de la granja y que tomasen esto como una empresa a cargo de los dos. Solo aceptaría dinero de ella si ella aceptaba la granja. Jaque mate. Para Regina aceptar era como dejarse escupir la cara (jamás había aceptado ayuda de nadie).

El señor Aceituna quedó muy contento con todo este asunto, sabía que su hija estaba profundamente enamorada de Ricardo, sabía que en el campo no tendría muchas posibilidades de meterse en problemas y sobre todo se aseguraba que Regina tuviese una fuente de ingresos para llevar una vida digna. Todo por un botellazo en la cabeza y un par de puntos de sutura.

Pero todavía quedaba una cuestión por resolver, ¿Cómo iban a hacer estos dos para hacerse cargo de una granja? Era evidente que ninguno sabía nada de nada, y por el carácter de su hija era más que evidente que no aceptaría ni sus consejos ni a sus contactos. Fue esta la ocasión en la que Ricardo conoció al señor Aceituna. Mi bien se conocieron nació entre ellos una muy buena relación y Aceituna vio en este muchacho una forma accesible de cuidar a su hija. Sin que Regina se entere Ricardo se hizo de un muy completo asesoramiento sobre granjas y de varios contactos de gran valor. Esto no fue una traición por parte de Ricardo Singusto, todo lo contrario, a él le pesaba mucho todo lo que el padre de Regina había hecho y se había prometido pagarle de alguna forma. Lo único que se le exigía era que aprenda a cuidar a Regina. Estaban hablando el mismo idioma.

Así fue como el señor Aceituna tuvo la excusa perfecta para presentarle a Juan Bautista, conocido suyo de muchos años. Con él Ricardo hizo varios negocios. Muchos buenos, otros no tanto. Pero Ricardo era un tipo muy agradecido, así que cuando Juan Bautista le preguntó si tenía espacio en su granja para engordarle un chancho él le contesto que si era necesario usaba la cocina misma como chiquero. Y le dijo más, le dijo que le pondría de nombre a su chancho Ricardito en señal de que lo querría y cuidaría como a un hijo. Eso si, ya en broma, Ricardo Singusto le prometió no encariñarse demasiado con el animal por miedo a no querer matarlo más tarde.

Pero no todo fue color de rosas en la relación de Juan Bautista y Ricardo. Ese mismo año Juan le trajo un negocio muy grande a Ricardo de exportación de tulipanes. Juan Bautista ponía la materia prima, los contactos y los clientes, Ricardo solo tenía que encargarse de hacer crecer los tulipanes. Auque muy trabajador Ricardo era también muy displicente y poco ordenado. Así que no prestó atención un día y le hecho un matabichos en lugar de agua a gran parte de la cosecha, cuando lo notó era ya demasiado tarde. A pesar de todos los esfuerzos que hizo la cosecha terminó siendo la mitad de lo esperado y Juan Bautista quedó muy mal con sus clientes.
Este mismo diez de enero, en aquella misma esquina, Ricardo volvía de su reunión. Como para romper el hielo Juan Bautista le preguntó como estaba el chancho, Ricardo le contesto, preocupado por los tulipanes, que estaba flaco, la respuesta fue seca y distante, Juan bautista se sintió bastante incomodo por esto. Encima de todo tuvo que escuchar que la cosecha de tulipanes había salido muy mal, fue un castillo de cartas, cagada tras cagada pero prolijamente apiladas. Aquella reunión resultó bastante violenta, indirectamente violenta, y Ricardo rogaba que no se le cruce nadie, estaba seguro que el pobre infeliz que le diga hola a Ricardo se iba a tener que tragar un innecesario andate a la concha de tu hermana. O la reconcha de tu hermana si era medio feo.

En ese momento todo esto le parecía muy importante y justificación suficiente para estar con cara de perro. Pero todo esto quedó ninguneado y olvidado. Enterrado bajo una historia que cacheteo las pobres mejillas de Ricardo hasta que se le cayeron todos los dientes.

Cinco


La cuestión estaba bastante confusa. En el transcurso del viaje Ricardo Singusto no pudo dejar de notar que algo no estaba funcionando como correspondía, aunque lo que realmente lo ponía de muy mal humor era no poder determinar que era.

Si bien el barbudo era un tipo extraño no había explicación para aparecerse así porque si en esa misma esquina un año después. Tampoco había explicación alguna para que él estuviese precisamente en esa misma esquina un año después, sin embargo había ocurrido así. Todo esto lo tenía quejumbroso y bastante alterado.

El camino de vuelta a la granja por lo general le resultaba muy relajante, pero este no era el caso. Nada le producía más placer a Ricardo que dejar la capital y volver a la tranquilidad de su hogar, llegar y encontrar a su hermosa Regina Aceituna enojada porque la habían abandonado por dos días era las hojas cayendo de los árboles. En la ruta había mucho camino recto implicado en que Ricardo no aburra con imágenes de colores y sombreros. Pero esta vez no había caso, no podía sacarse al barbudo de la cabeza.

Ricardo pensaba y pensaba. Es muy probable que todos seamos como títeres, que nuestros futuros ya estén escritos y que lo único que nos quede sea resignarnos frente al azar de lo que nos toca. Pero esta idea no lo convencía mucho. Después de todo el mismo barbudo, como maestro de los hilos, seria un perfecto titiritero, así y todo lo recorría la idea de que había tratado de convencerlo ¿Qué clase de titiritero convence a su títere de sus hilos? Claramente ninguno.

Entre lo largo del viaje y la rigidez de los obsesivos, Ricardo siguió dando vueltas al asunto. Supongamos que este señor titiritero puede hacer lo que se le plazca, pero eso le resulta muy aburrido. Entonces sucedería que me daría a mi una personalidad y un carácter, y después jugaría poniéndome en situaciones para ver como respondo ante ellas. Esta idea tampoco le cerraba mucho a Ricardo, la respuesta a esas situaciones jamás serían el resultado de su carácter sino del deseo del titiritero. Entonces, si aquel barbudo no era un dios burlándose de sus desgracias era un hombre totalmente demente. Después de todo había tenido que estar todo el día esperándolo en aquella esquina para ver en que momento del día acontecía lo improbable. Encima sería un cínico y un mentiroso que vino corriendo haciéndose el que llegaba tarde, todo esto tenía el sabor de la ceniza, para peor de los males no tenía el menor de los sentidos.

De esta forma, como no podía encontrarle una trama por la lógica, dispuso que fuese el resultado de una burla, un chiste de sus incapacidades por encontrar una mentira mejor. Una farsa convincente.

Así fue como el barbudo volvió a ser un titiritero que tenía en sus manos el destino de todo lo que existía en ese mundo.

Pero su poder no era ilimitado, por tal motivo tenía que intervenir en la vida de Ricardo de una forma que no se note su presencia. Seguramente tenía una historia lista para él, pero con el perverso motivo que supone el dramatismo estaba tomándose todo su tiempo para el desperdicio. Seguramente una gran broma estaba siendo pensada. Todo esto debía ser una especia de curso avanzado en humorismos.

Este punto le interesó mucho a Ricardo Singusto. El titiritero mundo barbudo no existía ni estaba sujeto a las leyes del tiempo que corrían en el mundo de Ricardo. Si para Ricardo había pasado un año entre su primer encuentro y el segundo, para el barbudo podía ser que solo pasase un momento, o que en realidad se trate de un mismo instante. De hecho el titiritero barbudo ya tenía pensado el final de esta historia, y cada una de sus intervenciones estaba planeada para distraer lo inevitable, para sorprender con lo obvio. Supongamos que el titiritero lo quisiese ver ofendido y humillado, no alcanza con un de repente. Es necesario que primero este todo bien, con una mujer hermosa esperándolo en un granja, que lo maravilloso este al alcance de su mano, que lo este por tocar y que sólo en ese momento/lugar todo se derrumbe. Eso si tenía más sentido. O por lo menos era más entretenido para Ricardo pensarlo de esa manera. Lo bello es suficiente.

Pero no había necesidad de ser pesimistas, el barbudo podía tener ganas de escribir la historia de Ricardo Singusto, el hombre que borró el hambre del mundo. Y entonces planeó todo, salvo que la pelotita azul no fuese dada al chancho en la dosis adecuada. Eso si que fue un error. Pensar que los errores se liberan de la cárcel de lo predecible e irrumpen en las historias para dislocarlas es sencillamente aterrador, y Ricardo prendió un cigarrillo. Entre la maldad de una conciencia o la incertidumbre de la inconciencia lo desconocido aparece como monstruoso. No hay nada más horrible que un signo de preguntas. Pero seguramente el titiritero barbudo encontraría una forma de reencausar su historia y Ricardo lograría ser un prócer y un héroe, a demás de un señor muy rico. Como mínimo lo que deba ser será, más allá del problema de la geografía del deber. Esta posibilidad puso muy contento a Ricardo, y llegó al punto de imaginarse como las mujeres, al verlo pasar, harían bromas con su apellido y le dirían que tiene mucho gusto, y que además es muy lindo. Y también se imaginó como este acoso permanente pondría muy celosa a Regina y que él, con mucha paciencia, tendría que explicarle que las consecuencias de su nobleza lo obligaban a tener que soportar todo esa honra innecesaria y que sabia perfectamente que estas señoras (las llamaría así para hacerlo más formal frente a Regina, en realidad sus admiradoras serian hermosas señoritas) conocían solamente su fama y dinero y que en cambio a ella era la dueña hasta de sus sueños.

En eso estaba Ricardo cuando notó que le faltaban pocos kilómetros para llegar a su casa. Lo que iba a encontrar allí superaría cualquiera de sus fantasías, tristeza y alegrías, todo a la vez para evitar tomar decisiones.

Mientras se imaginaba un pequeño amorío con otra mujer, mientras pensaba que Regina se enteraba de este amorío pero decidía perdonarlo (al momento de imaginarse la excusa que le iba a dar a Regina se dio cuenta que ninguna le parecía suficientemente ética, así que decidió saltearse esta parte tan problemática para ir directamente a la reconciliación), en fin, mientras seguía en sus caminos imaginarios Ricardo se dio cuenta que se había pasado al ver la entrada de la granja de su vecino.

Esto era bastante raro, la puerta de entrada a su casa era de un verde muy hermoso y tenía una puerta muy grande, era muy difícil no verla desde la ruta aunque uno valla distraído. Y él había pasado diez mil veces. De igual forma todo fue atribuido al horrendo día que había tenido y al cansancio de ser un héroe, así que retomó sin mayores sobresaltos prometiendo tener más cuidado para la vuelta.

Mucha fue su sorpresa cuando, en el lugar donde debía estar la entrada a su granja no había más que tierra. Ricardo estacionó la camioneta y bajó a inspeccionar el terreno. No había rastros de maquinas por lo que descartaba que Regina hubiese cambiado la puerta, por otra parte ella era la primera en jactarse de que aquella entrada era la más linda de todas y en última instancia jamás hubiera tomado una decisión tan importante en su ausencia y sin consultarlo. Salvo que estuviese enojada. No habiendo más remedio y se bajo pisando un pasto mojado por el rocío.

Pero por más que trató y trató no podía ver la casa, ni el granero y, dándose cuenta en ese momento, no estaban las cosechas en su lugar, ni las rejas, ni los animales, ni había nada en toda la granja. O eso por lo menos le había parecido a él.

Que todo hubiese desaparecido así porque si, de buenas a primeras, no era una alternativa, pero si su vista no lo traicionaba algo había pasado. Fue en ese momento que escuchó un sonido asqueroso, de los más desagradables que había escuchado en su vida. Similar a un llanto de bestia pero más chillón, algo como muy agudo pero demasiado fuerte se escuchaba desde lo lejos, donde teóricamente estaban plantadas las papas. Sin perder más tiempo se dirigió.

Muy rápido pudo identificar el origen del sonido, lo que le llevo más tiempo fue hilar la desaparición de la granja con el sonido. Lo que encontró Ricardo en la ex/plantación de tomates fue a Ricardito, el chancho, tirado panza para arriba, como si se pesase su propia existencia llorando como un crío. Hasta parecía estar haciendo un berrinche.

Ricardo se quedó mirando a Ricardito desde lo lejos y de tanto mirar pensó que ya no solo sus ojos lo engañaban sino también sus oídos. El chancho, Ricardito, estaba pataleando y chillando cuando empezó a decir, en una voz muy clara, que sabía que no tenía que comer tanto, que sabía que le iba a hacer mal, que se tenía muy merecido ese dolor de estomago por glotón. Soltó un montón de lamentos por el estilo de lamentar.

Ricardo Singusto se quedó espantado al ver que su chancho hablaba. Pero como es lógico en una situación semejante no pudo siquiera moverse o decir palabra alguna. Ricardo se quedo ahí parado, escuchando a un chancho flaco quejarse por haber comido mucho.

Si hubiese sido por Ricardo aquella escena hubiese durado una vida entera, pero Ricardito, menos espantado que su dueño, dejó repentinamente de llorar y patalear cuando su nariz anunció la presencia de Ricardo Singusto. El chancho se puso en cuatro patas de un salto y se quedó mirando fijo a los ojos a su dueño.

Ninguno de los dos decía palabra alguna ni era capaz de hacer algún movimiento

Entonces fue cuando Ricardo salió de su asombro y casi como queriendo confirmar lo que había escuchado y visto un momento atrás le preguntó al chancho.

-Ricardito, ¿vos estas hablando solo?-

Casi sin prestar atención a la pregunta el chancho volvió a hacer un berrinche de nene chiquito y empezó a quejarse a los gritos.

-Pero que chancho tonto, ¡como se puede ser tan tonto! Decía y repetía este y otros insultos similares también para mantener un estilo.

Ricardo, sin entender lo que estaba pasando, insistió en un tono mucho más blando, casi al punto del desmayo y le preguntó.

-Ricardito, contestame por favor, ¿vos sabes hablar?-

El chancho, molesto por todo aquello y otra vez muy de repente, se puso en cuatro patas, sin decir palabra caminó alrededor de Ricardo, como observándolo.

El asombro era descomunal explicaba porque no hubo otro intento de pregunta. A toda esta escena siguió un silencio y las tres vueltas del chancho alrededor de su amo, el centro del círculo enmudeció desbordado. Ricardo no podía hacer otra cosa que mas que seguirlo con la mirada. Por suerte los silencios también se rompen. Fue Ricardito quien tomó la palabra.

-Bueno, como yo lo veo la cosa esta muy mal. Resulta que vos no me podías escuchar hablar, pero ahora que me escuchaste ya no te puedo comer.

Eso para vos parece ser bueno, pero no tanto. Resulta ahora que yo sólo puedo comer lo que vos me des. Eso y nada más. Así que eso vuelve a parecer bueno para vos, pero no tanto. Si vos no me das de comer yo voy a tener que comerme a mi mismo y eso vuelve a parecer bueno para vos otra vez no tanto. Si yo me como entero vos te morís. Así esta la cosa. Si vos no me hubieses encontrado hablando llegabas, te comía y fin. Pero como yo soy un tonto tan tonto que se come hasta los tomates ahora estoy que reviento del dolor de estomago, así que no me di cuenta de que llegaste. Te pido perdón por eso, fue un error, ahora solo el diablo sabe que va a pasar por mi descuido-

Ricardo escuchó palabra por palabra, pero sin prestar atención, lo único en lo que pensaba era que un chancho que le estaba hablando y eso le nublaba el juicio. Ricardo se rascaba la cabeza como pensando y el chancho, un poco impaciente, le recriminó que lo estaba ignorando y que eso era de muy mala educación, ya que a partir de ahora tendrían que ser buenos amigos porque Ricardo iba a tener que darle de comer. El chancho hizo otro chillido al decir esto. Ricardo, como si el chillido lo despertara preguntó.

-¿Y mi granja?-

- Me la comí-

- ¿Entera?

- Toda la granja. Ni la puerta dejé, estaba riquísima-

- ¿Y como seguís tan flaco?

- Y eso porque vos me diste esa pelotita azul, ¿No dudaste? Si no existe la comida azul. Bueno, resulta que esa pelotita…

Pero Ricardo no lo dejó seguir hablando, lo interrumpió y en una desesperación se le escapó, se transformó el mismo en una pregunta. El silencio.

-¿Y Regina?-

Ricardito miró para abajo y con su pata rascó un poco el piso. Ricardo, con la boca abierta y el corazón en la garganta esperaba sin pulso la respuesta.

- También me la comí- Ricardo Singusto se implosionó. La noticia había sido demasiado fuerte para él.

Seis


Ese día Regina se levantó muy contenta. Para ella Ricardo era un regalo del cielo, jamás habría podido encontrarlo. En sus fantasías himalayicas, en sus viajes por alfombras voladoras, no hubiera podido crear una persona como él. A veces cuando una persona imagina lo que quiere comete ciertos errores deseando una salsa de mariscos cuando el pescado hace que se le hinche la lengua.

Pero la realidad en ocasiones es generosa, y lo fue con Regina. Ricardo Singusto no es lo que ella imaginaba, pero era lo que a ella le hacía bien. A pesar de todo esto cuando Ricardo tenía que viajar a la Capital o a otra parte Regina procuraba sacarse los zapatos, después los pantalones, la remera y las medias para por último desatarse el pelo. Sólo de esta forma disfrutaba de su soledad desnuda, y esto le producía un erizamiento epidérmico que le dejaba la piel esperando, dispuesta a captar los susurros de los vientos.

Esa noche cuando Ricardo salió Regina se desnudó. Estaba sentada en la puerta de la casa leyendo un libro sobre meteorología. En la granja había una armonía sonora que siempre le gustaba mucho. Mientras que en la ciudad los sonidos aparecían por todas partes de una forma muy ordenada, repitiendo todos sus límites, en el campo parecía que eran absorbidos por una gran boca que los iba vomitando progresivamente componiendo una canción invisible. En la ciudad sólo hay ruido decía Ricardo, y Regina lo recordaba. Esa misma noche, cuando el agua se enfrió, Regina miró por mucho tiempo el sembrado y escuchó como el viento movía las cosas, fue un hormigueo anónimo en el olor de sus pelos. Escuchó los pequeños sonidos que se escapan y pensó que la luna estaba muy grande y demasiado cerca.

No era una mujer muy constante para leer, más que otra cosa hacía el intento por los continuos pedidos de Ricardo, pero por lo general iba leyendo capítulos salteados para engañarlo, como él se dejaba mentir los dos se reían. Aquel libro de meteorología le parecía muy importante, en el campo hay que saber cuando va a llover, pero la idea de que nadie en los alrededores leía y que todos sabían cuando llovía la hizo distraerse diez minutos después de empezarlo. Desnuda como estaba salió a caminar por la inmensidad de la noche.

Caminó como por tres horas, pisó pasto, rocío y piedras, se pegó la punta del dedo gordo contra una advertencia. Tenía sangre. Después se fue a dormir, pero no en su cama, sino en el sillón del living. En aquel lugar había un ventanal muy grande que fue dejado abierto previo girar el sillón, se podría decir que prácticamente se estaba durmiendo afuera de sus adentros. Corría mucho viento y tuvo que taparse con una frazada, Regina durmió esa noche como nunca en la vida. No soñó.

Por supuesto, como en toda granja que se precie de ser tal, Ricardo y Regina habían comprado un gallo. No había en la casa ni relojes ni espejos, pero si un gallo. Le pusieron Juanito y los dos se pusieron muy triste un mes después cuando lo regalaron a un vecino porque los despertaba muy temprano. Prometieron visitarlo y nunca cumplieron. Así que la pareja aprendió a levantarse con la luz del amanecer, a veces con el calor del medio día y a veces con las ganas de ir al baño que siempre tenía Ricardo por las tardes. Eso si, todos los días se levantaban.
Esa mañana Regina se despertó muy temprano. Como a las diez y media de la mañana. Era diez de enero y había un sol enorme que hacia que la tierra refracte mucho calor. Regina estaba muy contenta, pero había algo que no estaba bien. Encontró el sabor de la incertidumbre cuando vio el chiquero.
La cerca que la pareja había preparado como cerco parecía haber desaparecido sin dejar rastros, el chancho corrió con la misma suerte.

Regina no se puso nerviosa, pero se puso a buscarlo. Debería haber tenido una profunda intriga, una cerca no desaparece así porque si de la noche a la mañana, pero no fue el caso. Regina miró lo que no estaba y comenzó el ritual de la búsqueda como invocación de todo lo perdido. Esta vez fue innecesario.
Sentado, en la entrada de la casa, estaba Ricardito. La miraba con ojos graves y fijamente. Seguramente hubiera sido muy prudente prestar atención al chancho, había desaparecido misteriosamente, había reaparecido misteriosamente y la miraba relamiéndose los labios. Pero, otra vez, no fue el caso. Solamente hubo una mirada, un –A, apareciste- y nada más. Regina pasó por el umbral de la puerta pensando en que habría que hacer un nuevo corral o ubicarlo en otro lugar. Le pasó por al lado y le tocó la cabeza en señal de empatía con el desarraigo.

Regina se sentó desnuda en el sillón con los pies arriba de la mesa. Pensaba en hacer mate para desayunar. Entonces notó que el chancho seguía en el umbral de la puerta mirándola y relamiéndose. Como entendiendo hizo que le hablaba.
-¿Estas triste ricardito? Quedate tranquilo, no te vamos a comer. Estás muy flaco todavía. Seguramente tu dueño, al escuchar que no te alimentamos bien va a pedir pasarte a buscar. Te queda poco tiempo acá. Vení, ¿Querés un biscochito? Esta medio duro porque tiene como dos días. Pero a vos eso no te importa ¿no?-
Entonces Regina le ofreció a Ricardito el biscochito estirando la mano más allá de sus sombras.

El chancho, muy pensativo, no dejaba de mirarle los ojos, siquiera prestó atención al ofrecimiento. Se levantó del suelo y estiró su arremolinada colita. El tirabuzón se hizo recto y después tirabuzón. Eso, en lenguaje de ricardito, significaba que estaba listo para comer.
Pero esta vez no era cualquier plato, era la hermosa Regina la que estaba sentada con la mano extendida hacia él. Disfruto en no apurarse. Sin dejar de mirarla, sin dejar de no prestar atención al biscocho, caminó a su alrededor. Regina, queriendo alimentarlo se paró, saltó el sillón y se puso en cuclillas para estar a la altura del animal.

En ese momento la belleza de Regina fue insoportable. Desnuda, ahí enfrente, sonriente e inocente. Estaba todo listo.
Comprándose a la victima se acercó y tomó primero el bizcochito. Mientras lo comía Regina le acariciaba la cabeza. El chancho se relamió pensando en la entrega y apoyó el hocico en las rodillas de la dama. Las rodillas estaban juntas, el hocico en el medio, y las caricias empezaron a ser con las dos manos. Ricardito empezó lentamente a lamer las piernas a la altura de los muslos y después un poco más arriba.
Mientras el chancho subía sobre las piernas de la dama mirando el techo, Regina hablaba sola.
-Vos sabes que yo, cuando era chica tenía un gatito, y la lengua que tenía era muy áspera, por eso no me animaba mucho. A parte, tenía mucho miedo a las enfermedades, pero igual, cuando estaba sola a veces el también me daba besos como los tuyos. Claro que tu lengua es más suave, y tus besos-

Mientras hablaba las rodillas perdían las ganas de tocarse. Ricardito siguió acercándose, amaba lo agridulce. Empezó con pequeños sorbos a devorar la humedad de su sexo, ella estaba muda de placer.

Sin quererlo se dejó caer, la cola estaba en el piso y los tobillos muy apretados. La espalda estaba apoyada en el sillón y las dos manos rodeaban la cabeza de ricardito, metiéndola cada vez más adentro.
Regina estaba con los labios apretados y tanto el seño como los ojos estaban fruncidos. Respiraba profundamente, a cada vez que la lengua subía su cuerpo se inundaba con excitación.
Era muy desde abajo y lo abarcaba todo, no existen las distancias o los rincones para la lengua de un chancho. Los movimientos fueron cada vez más intensos, no en velocidad sino en colores. El placer se hizo ruido. Las manos de Regina no pudieron evitar apretar las orejas del chancho, las apretaban con fuerza y hacia adentro. Cada vez más a dentro, clavándole las uñas, la sangre, tirando de la vida.

Fue entonteces que largó todo el aire de una vez, en un grito sordo, mientras metía el chancho la lengua, mientras Regina y el hocico, mientras la luna miraba en silencio.

Cuando terminó el chancho se alejó. Dio dos pasos para atrás y se quedó mirando a Regina, con el hocico humedecido, relamiendo la inmensidad del sabor del orgasmo de una mujer. Ella jugaba con sus dedos, tocándose, esperando que no termine, tratando de grabarlo con humo en su memoria. Una luz en su ojo izquierdo la mostró insaciable, no tardó en llamar al chancho con un gesto para que la haga sonreír un poco más. Saco otro biscochito.

Ricardito se relamió el hocico, esta vez no pensaba en por los restos de Regina que todavía colgaban de sus pelos. Como un oráculo infalible la saliva empezó a brotar en cantidades continentales. La lengua ya no podía contenerse.

Se la estaba comiendo con el pensamiento. Ella agarró al chancho y dio con el la vuelta al sillón. Se sentó para estar más cómoda, abrió las piernas entregándose. Ricardito avanzó lentamente. Hizo el camino como de memoria. Cuando llegó al lugar más dulce de una mujer, de una mordida, se comió todos sus amores.

Ella gritó del espanto mientras el chancho chupaba los restos de sangre metidos entre sus dientes. Las piernas de la dama ahora empezaban en su ombligo. Con la mano en la herida Regina se levantó con los ojos desorbitados, no podía pensar en nada por el dolor. Instintivamente se subió al sillón cayéndose para atrás.

Arrastrándose por el suelo trataba de alejarse, la seguían en pausas que congelaban los segundos, con los ojos fijos en los rastros de su muerte. Ella empezó paralizarse, ya no tenía uñas, ya no tenía aliento. Lo único que podía ver era sangre, su sangre, un hocico y una lengua. Ricardito se puso a lamer del piso el surco rojo que marcaba el escape de la ingenuidad. Ella quedó con la espalda contra la pared, con la mano tratando, mirando esa misma lengua y pensando en los sueños que abandonaba para siempre.

Cuando Ricardito terminó con el piso miró a la dama, fueron esos ojos los que destiñeron las paredes. Se abalanzó sobre con violencia y el chancho se hizo bestia. Ni un grito tuvo lugar. Regina trató de pararlo, pero él tenía una fuerza sobrehumana, parecía pesar cinco toneladas. El esfuerzo de sus brazos fue insuficiente, fueron cuatro lágrimas en los ojos. Se comió un hermoso tobillo y después el otro. Trató de arrastrarse, pero una inmensidad atrapó su pierna y la sacudió tirándola contra la pared. De un salto Ricardito se fue sobre la comida.

Primero por las piernas, después por los brazos, Regina solo trataba de sufrir pero no podía. Entonces el chancho la miró a los ojos, se vieron por última vez. Ricardito siguió por el estomago y dio muerte a la dama. Cuando terminó con su cuerpo bebió del piso y las paredes toda la sangre derramada con una goce repúgnate. Después se comió la casa y las plantas. Se lo comió todo.

Siete


Estaba en lo más profundo de una fosa repleta de agua. Era una asfixia insoportable, cada gramo del aire que salía de mi boca era un poco de vida que se me escapaba. El agua peleaba por ocupar mis pulmones, por inundar mis venas. Quería secarme la sangre. Traté de nadar a la superficie, cada brazada más fuerte que la otra, cada patada tenía la desesperación del mundo cuando se derrumba sobre los hombros de un eunuco. Pero la superficie no llegaba, el aire se escurría fiera fuerza de lo inevitable y los músculos cansados me trataban de convencer de que todo estaba perdido. La desesperación de mi voluntad estaba siendo castigada por la fatiga de mi cuerpo, fue como un duelo entre mis ganas de seguir viviendo y la necesidad de paz. El resultado hubiese sido otro, pero lo vi, inalcanzablemente lejos estaban las dos lunas de mi salvación. Eran más luminosas que el mismo sol, encandilaron la cruz de mi tumba y me obligaban a alcanzarlas, a respirar. Con el poco aire que me quedaba en los pulmones haciéndose burbujas me escapé, nunca en mi vida desee tan fervientemente algo como llegar a ver ese relieve, mis manos como remos tiraban ríos de agua para atrás impulsándome a velocidades siderales. Las lunas me llamaban, en su canto estaba el hechizo de la vida y yo me abrazaba a mi última esperanza. El abismo se transformó en un charco y todas las orillas del mundo corrieron como oxigeno por mis pulmones. En cuanto pude sacar la cabeza una pendiente recorrió todo mi cuerpo en caudales volcánicos como un reflejo del triunfo que dejaba sobre mi sensibilidad ese sabor dulce al paladar de perder lo que se estuvo deseando por años. Fue una bocanada de aire y se me permitió ver en toda su plenitud la belleza magnifica de las dos lunas. Centellantes, brillantes, hermosas, me hablaban, me cantaban, me decían –Ricardo, Ricardo, despertate. Ricardo, Ricardo-

El chancho estaba sentado al lado de Ricardo Singusto. La inpulcra saliva del animal había logrado sacarlo del desmayo y cuando éste pudo ver que sus hermosas lunas no eran más que los ojos del asesino toda su cara sufrió una expresión de perplejidad que se transformó en asco para terminar siendo un profundo dolor por la ausencia interminable de una mujer. Ricardo sintió que había muerto con ella. Sacó el agua del abismo que tenía sobre la cara y se incorporó. Estaba decidido a tener una severa conversación con aquel chancho.

Ricardito se puso muy contento cuando su amo despertó, después de todo había estado tirado en el piso como por tres horas y, por ende, el no había comido nada como por tres horas. Así que cuando Singusto estuvo listo el chancho empezó a dar vueltas a su alrededor en clara señal de alegría –Que bueno, que bueno, Ricardo se despertó, Ricardo esta despierto y ya es hora de comer. Que bueno, realmente es muy bueno que te levantes, por tu salud Ricardo, no es bueno estar así acostado en el piso, hay muchas víboras por esta zona, yo lo sé porque me comí como una entera y además tenés que saber que ahora ya no tenés paredes para que no pasen, acordate que me comí tu casa. Pero todo eso ya no importa, lo único realmente importante ahora es comer. Yo propongo que nos vallamos de este lugar lleno de cosas feas a un lugar donde existan más manjares, es decir más mujeres. Dado que a vos no te puedo comer, y que por otra parte pareces tener la carne muy flaca, propongo que visitemos muchas mujeres. No te creas que soy exquisito, por el hambre que tengo en este momento me comería la casa de tu vecino si es por tener un aperitivo, pero me parece que, ya que nada nos detiene, es bueno pensar en grande. Así que, según lo que acabamos de conversar, sería bueno ir a comernos primero a tu vecino, a su casa, a todo lo que tengamos allá al alcance y después si, con el estómago apaciguado, hacer un viajecito a un lugar más poblado. Claro que si estamos muy lejos vamos a tener que hacer algunas paradas, pero esto no es problema, seguramente algo va a aparecer.-

Ricardo, en un ataque que mezclaba un poco de vómito y un poco de asco, se tiró contra el chancho para ahorcarlo, pero Ricardito lo tiró por los aires como tres metros solamente con un movimiento de su cabeza. Un poco pensativo trató de comprender la tontería que Ricardo había hecho.

-Vos no podés matarme. Primero porque no sabrías como, pero más importante todavía, porque ahora somos una sola persona. Vos tenés que alimentarme y yo no puedo comer nada que vos no me des. Pero si vos no me alimentas yo voy a empezar a comerme a mi mismo y eso sería tu propia muerte.-

Ricardo no creía en nada de lo que estaba pasando, ni siquiera en que el chancho pudiese hablar, aunque él mismo lo estaba escuchando. Así y todo fueron cayendo la impotencia y el desconcierto.

-Por mi matate de hambre, comete entero, mordete los huevos si querés, pero yo no te voy a dejar comer ni a una hormiga más, no me importa que me muera por eso, todo lo que tenía en este mundo esta adentro tuyo, te lo comiste, ahora ya no tengo nada, así que por mi hace lo que quieras-
-Me parece que no estás entendiendo muy bien. Como yo ya te lo explique, vos y yo somos una sola persona. Vos, en tu ingenuidad, me acabas de dar permiso para que yo me coma a mi mismo. Eso es bueno para mi porque me da una alternativa, pero eso, para mi, no es una salida. Si yo me como tengo una gran ventaja, me deshago de vos, que sos lo único que me impide comerme todo lo que yo quiera. Pero voy a tener un gran problema, un problema enorme. Vos te morís pero tu cuerpo no. Mi cuerpo se transformaría en el tuyo, yo pasaría a ocupar tu forma y tu cuerpo que, en realidad, no es ningún lujo. La verdad es que la forma humana no me gusta en lo más mínimo, pero las cuestiones estéticas no son importantes, acá lo importante es que tu cuerpo no comió la pelotita azul, así que no aguantaría ni a media persona sin descomponerse. Y lo peor de todo es que, si llego a poder hacer entrar una persona, tu cuerpo empezaría a engordar y hasta reventaría, de eso estoy seguro. En este maravilloso cuerpo no tengo ese problema porque come y come y no engorda. A pesar de mis cálculos parece que no puedo comer todo lo que quiero, los tomates me cayeron bastante mal y las maderas también, pero así y todo las pude digerir sin problema. Tu cuerpo, mucho más delicado, no soportaría cosas como un picaporte. Es demasiado sensible.
-Para para para, todo esto es absurdo, ¿Cómo se que estas diciendo la verdad? No tiene el más mínimo sentido para mi todo lo que me estás contando. Por otra parte no tengo ni un sólo motivo para creerte, en lo que a mi respecta sos nada más que una bestia que habla, un asesino, el asesino de mi mujer, de Regina. Y te digo más, por mi podes irte a la reputísima madre que te recontra reparió, chancho hijo de un camión de putas. Morite de hambre, a mi no me importa. Comete a vos mismo, tu propia mierda si querés. A mi me da lo mismo. Yo me voy. –
El insulto, tan desde lo profundo de su dolor, undió a Ricardo en una pena cayada. Fue como ese desahogo que nos devolve a las sombras.

Pero el chancho no le permitió disfrutar del olvido. Cuando escuchó las palabras de Ricardo se quedó pasmado. Realmente estaba ofendido. A veces cuando una persona es herida en sus sentimientos hace cosas que no son muy prácticas, pero las hace porque el odio no escucha motivos. El chancho hizo lo que pudo y se dejó llevar por la ira. Miró todo su cuerpo como buscando, hasta que encontró. Así que Ricardito se pegó un soberano tarascón en uno de sus dedos de la pata de adelante. El chancho no sufrió dolor. Pero Ricardo si, y empezó a sangrar descontroladamente al mismo tiempo que notaba que no tenía más su dedo índice en la mano derecha.

Trató por los siguientes minutos de vendarse la mano, pero no había nada a su alrededor, el chancho no había dejado ni un pedazo de papel sin devorar. Se tapaba la herida, pero no conseguía evitar que la sangre siguiese saliendo. Estaba bastante pálido y a punto de desmayarse cuando el chancho se apiado de él. Realmente se arrepintió de lo que había hecho.
- Vení Ricardo, vení. Yo te voy a explicar como funciona esto. Vos ves la sangre en tu mano, pero no es ahí donde esta la herida. La herida esta en mi pata y no en la tuya.-
Entonces el chancho se lamió dos o tres veces el hueco donde faltaba un dedo y Ricardo paró de sangrar. Al chancho le creció el dedo que le faltaba a Ricardo, y hasta la uña tenía la misma mugre. Esto nunca fue explicado por Ricardito, pero según pensó Ricardo su saliva tenía capacidades curativas sobre su cuerpo. Se quedó sentado en el piso, mirando el dedo que no tenía, como si ese dedo condensase todo lo que había perdido. Vio que su dedo ahora estaba en otra mano, en realidad se imaginó a su hermosa Regina siendo descompuesta por los ácidos gástricos de Ricardito. Una lágrima más y ya perdí la cuenta. Muy pensativo Ricardo miraba al animal, a pesar de todo no podía dejar de sentir cierto agradecimiento por esa actitud. Algo en el tono del chancho, su cara, por un segundo se le cruzó la idea, una bestia no tiene culpas. Las reglas del juego estaban escritas. El solo comía, no tenía dominio de su apetito. Hasta llegó a sentir lástima. Pero eran todas impresiones apresuradas y por ahora su única opción era ganar tiempo.

-Gracias- Y un silencio. -¿Tenés hambre?-
-Claro que tengo hambre, me muero de hambre de hecho.- Y una riza de alegría.
-Bueno, podés comerte al vecino. Pero sólo a las personas, ni toques la casa ni la camioneta que ahí vamos a dormir y a viajar.- (la camioneta del vecino era más grande y más linda que la del propio Ricardo).

El chancho saltaba de la felicidad, su cola se estiraba mientras salía corriendo para la granja vecina. Aunque estaba bastante lejos la distancia fue recorrida sólo en un instante. En un grito de agonía todo se había terminado. La escena no había durado más de cinco minutos. Cansado y con el cuerpo sufriendo su alma Ricardo Singusto hizo un gran esfuerzo por pararse y caminar a su nuevo hogar. Estaba destrozado, pero como la situación lo desbordaba no pensaba en otra cosa que descansar, por ahora le convenía dormir un poco y esperar hasta el otro día. Por el momento debía creer en todo lo que el chancho decía. Tendría que ir a ver al barbudo, él tendría algún tipo de explicación para todo esto. Cuando llegó a su nueva casa encontró al chancho que lamía la sangre del piso. Ni un rastro de muerte había en todo el lugar. Sólo el hocico de la bestia repleto de sangre, con aliento a carne. Con su lengua que pasaba una y otra vez. Húmedamente.

Ocho


Cuando el barbudo dejó a Ricardo en aquella esquina salió decidido a buscar una respuesta. Había que ser prevenido, y hasta que el momento llegue debía de leerse todo aquel libro, habría que buscar mucha información.
En una esquina perdida de la Provincia de Buenos Aires, en un lugar olvidado por la geografía y la urbanización, en un pueblo sin nombre al sur de todos los campos fue donde empezó todo esto y en ese mismo lugar debía empezar a terminar. Pero antes de la reunión con Ricardo todo iba según lo planeado, el barbudo daba por sentado que sería una persona poderosa y de dinero, como sólo faltaban un par de horas para la gloria se decidió a darse un agasajo aquel diez de enero. Se había metido en una pizzería deliciosa de la calle corrientes, de esas que tienen un montón de años haciendo mangares y se pidió una pizza grande de las más caras, de esas que tienen el mismo nombre del lugar y una enumeración interminable de ingredientes. Todo esto acompañado de una cerveza helada, que fueron dos. Cuando terminó, para redondear el festejo, pidió flan mixto de postre. Fue una comida increíble. Pero el caso es que se gastó hasta el último de sus centavos (de hecho le faltaron dos pesos para pagar la cuenta completa, el mozo al ver el aspecto del barbudo se dio cuenta que no tenía forma de sacarle más plata y lo dejo ir) y tubo que irse a pie al encuentro con Ricardo. Como toda comida que se disfruta apasionadamente el tiempo no fue uno de sus condimentos y la hora del encuentro se había acercado peligrosamente teniendo en cuenta las distancias y la falta de recursos. El barbudo tubo que ir corriendo.

Ahora le tocaba encarar un viaje al sur de la Provincia, pero este problema de solvencia otra vez se mostraba como un obstáculo. No había lugar para las dudas, ahora no podría valerse de sus capacidades atléticas, estaba muy lejos.
Cuidadosamente analizó sus alternativas, al ver que no había ninguna optó por generarse una, las circunstancias ameritaban una solución inmediata. Mientras iba casi corriendo por una calle sin rumbo alguno decidió su solución. Entró en un negocio, un lugar donde vendían presencia, de esos que tienen cosas caras por en vidriera. Seguramente dispondrían de algunos recursos para ayudarlo. En el mostrador había una señorita bastante bonita, de pelo corto y piernas gruesas. A ella se dirigió inmediatamente.
Con toda la calma que uno tiene cuando su misión es justa se paró delante de ella y le dijo que era totalmente necesario que le de doscientos pesos para un trabajo muy importante que tenía que encarar. El barbudo observó que la señorita no había entendido la importancia del asunto porque él había sido poco efusivo en su pedido así que se dispuso a explicarle mejor la situación.

-El tema es el siguiente, Usted es una mujer muy inteligente así que me va a entender muy rápido. Resulta que un socio mío en un emprendimiento muy importante tiene un problema con su empresa. El está en el rubro alimenticio, yo estoy en el Rubro químico. Generamos alimentos universales que por su composición alteran la estructura de hormonas de los animales dándoles facilidades muy importantes para engordar. Pero la cuestión es que este tipo de sustancias tienen contraindicaciones muy importantes y sucedió algo que puede ser terrible. Bien aplicado este alimento universal puede curar el hambre en el mundo, yo voy a ser presidente de la republica argentina y voy a empezar por alimentar a todas las personas del país, pero es natural que vengan de otros países a querer comprar la fórmula porque nadie quiere tener gente muriéndose de hambre. Por lo tanto yo seré una persona muy importante en muy poco tiempo y Usted se sentirá muy orgullosa de haber sido parte de esta empresa y se alegrará por haber correspondido de una forma generosa y desinteresada. Espero señorita este captando la responsabilidad que, sin quererlo Usted, le ha tocado en suerte. Cuando yo aparezca por la televisión prometo contar en los programas italianos y noruegos, que pidan entrevistas con migo, su generosa colaboración y de esa forma Usted obtendrá una publicad que compensará ampliamente los doscientos pesos que en este momento le estoy pidiendo. A parte de eso, y como es muy natural, Usted señorita recibirá halagos y muchos meritos por ser en parte una especie de patrocinadora de esta empresa y también Usted tendrá el beneficio moral de ser una de las personas que curó, de una manera pequeña pero fundamental, el hambre en el mundo. Todo esto sin tener en cuenta las oportunidades que pueden llegar a resultar de tener el favor del presidente de la república y del futuro hombre del siglo. Pero todos estos son detalles, reconozco en sus ojos que Usted tiene un carácter sumamente altruista y que ni se le cruzan estas ideas hipotéticas. Por todo esto, como Usted muy bien puede ver, es más que conveniente para la humanidad, y en parte también para Usted, que me de esos doscientos pesos. Y le aclaro que aunque insista no voy a aceptar más que ese importe ya que considero que es una suma muy apropiada y no es cortés de mi parte pedir más de lo que necesito en para este motivo tan trascendente.-

Una sonrisa se dibujó en el rostro de esta chica, debo confesar que una pequeña carcajada se le escapó involuntariamente mientras se llevaba la mano a la boca para taparla. La chica abrió su bolso y buscó entre los bolsillos, sacó su billetera y le dio un billete de veinte pesos al barbudo, le dijo que no podía darle lo que pedía pero que su esfuerzo tan locuaz ameritaba una recompensa.

El barbudo miró el billete un poco decepcionado, pero rápidamente reanalizó sus opciones y le pidió a la señorita un par de monedas más para viajar en colectivo. La chica se las dio con una nueva sonrisa en la boca, pero le aclaró que no le daría más.
Los doscientos pesos iniciales realmente eran muy necesarios, él tenía pensado viajar en un taxi. Pero dadas las circunstancias depuso de la idea de juntar el heroísmo, el paisajismo y la comodidad. Se conformó con el heroísmo. Entonces se decidió a tomarse un colectivo hasta retiro, de ahí un tren y en el pueblo más cercano caminar, caminaría bastante pero quizás pueda alquilar una bicicleta. La plata le alcanzaba perfectamente para la ida y la vuelta. La providencia era, a su manera, generosa. Pero el barbudo no pudo evitar sentirse un poco molesto, tranquilamente podría haberse escrito que la chica le daba los doscientos pesos y que el iba y venía en taxi, el sabía eso y se enojó, pero estaba muy apurado para detenerse en esos detalles. Era una lástima, al barbudo le gustaban mucho los viajes en taxi.
Solucionados los problemas económicos el trasladarse se dispuso normalmente. Retiro, tren y bicicleta (había que compensar con algo la falta del viaje en taxi y como también le gustaban mucho las bicicletas todo quedó en paz entre nosotros por el momento). La cuestión es que llegó al pueblo despoblado. Cuando entró no pudo dejar de sentirse un poco perdido. Lo mismo le había pasado la primera vez que había entrado a ese lugar. Era un pueblo muy chico, de pocas casas y sin personas, pero había algo en ese lugar que le hacía sentir que todo era una especie de desierto donde daba lo mismo ir para adelante, para atrás o para los costados. Todos lo lugares parecían llevarlo al un mismo y único centro.

El barbudo se dirigió rápidamente hasta la casa en cuestión. Era la casa más alta del pueblo y aunque estaba en muy malas condiciones podía verse que había sido una casa muy importante en otro momento. Según papeles encontrados en aquella primera vez la casa la habría construido un tal arquitecto Esperanza y el pueblo, en aquella remota época, era una ciudad buena. El barbudo había dormido varios días en la casa usando cada una de las habitaciones como propias. A pesar de haberla recorrido entera varias veces no fue hasta que se cumplió el mes viviendo allí que pudo ver la puerta al sótano. Como esta vez no tenía mucho tiempo, así que evitó la nostalgia y se fue derecho a cumplir con sus obligaciones.

Cuando abrió esa puerta, tan pesada como una montaña de elefantes, vio otra vez esa escalera tan oscura, de escalones cortos y medio pie afuera. No había luz, y a pesar de sus intentos con velas siempre la oscuridad ganaba. El viento estaba de acuerdo con la casa en mantener aquel lugar en penumbras. Como el barbudo ya tenía experiencia en estos asuntos no trató en vano, sabía que en el fondo había velas que él mismo había dejado con el fuego correspondiente por si acaso tuviese que volver.
Fue imposible, pero real. A medida que descendía por la escalera la luz brotaba del fondo permitiéndole ver un poco donde pisaba. Cuando llegó al sótano pudo darse cuenta que alguien había encendido una vela y había dejado todo listo para su llegada. Aquel lugar era tan profundo como todo el terreno de la casa y tenía el mismo ancho. Era un cuadrado enorme. Todas las paredes, centímetro por centímetro, estaban cubiertas por libros, libros sin biblioteca, uno encima del otro. En algunos lugares las pilas eran bastante irregulares y parecían poder caerse en cualquier momento. Todos los libros parecían haber sido escritos en diferentes idiomas y en tiempos muy remotos. Por supuesto ninguno tenía fechas, pero como estaban todas las hojas amarillas y las letras en tinta se podía suponer que aquellas escrituras no eran contemporáneas.
Lo que más había sorprendido al barbudo en su primera visita era que, a pesar de la cantidad incontable de libros que había en aquel lugar, todos eran el mismo libro. El barbudo no era un gran conocedor de idiomas, pero era un hombre inteligente, así que cuando vio que todos los libros tenían la misma cantidad de capítulos, con nombres bastante similares en los casos que el podía comparar, se inclinó por esa conclusión. Parecía que aquel libro había sido escrito en todos los idiomas que habían existido sobre la faz de la tierra en todos los tiempos, aun en aquellos idiomas que todavía no existían. Muchos de esos lenguajes no compartían ni los símbolos, así que se hizo muy complicada la confirmación de esta teoría. Todo se solucionó cuando encontró la pila de libros que contenía los idiomas modernos. Cuando encontró el libro que correspondía a su idioma el barbudo pudo confirmar sus ideas. El libro se llamaba ‘Por una nueva tecnología de la alimentación’ y ya en su prologó especificaba que, dada su gran importancia, había sido traducido a todos los idiomas y lenguajes. Pero lo que no se aclaraba era quien había escrito ese libro ni porque estaban todos apilados en la Provincia Buenos Aires. El barbudo creyó que en cada ciudad había un sótano igual a este en una casa antigua, bella y enorme. Su suposición era casi acertada. En realidad, lo que el barbudo nunca llegó a saber, era que la casa no estaba en la Provincia de Buenos Aires, aunque si estaba en todas las ciudades del mundo. Aquella casa es el fin del mundo. Desde todos lados se podía llegar a pesar de que estuviese en ningún lugar.
En esa oportunidad se dedicó a la lectura minuciosa del libro, pero nunca pudo terminarlo. Tenía más de ocho mil páginas. Al ver que era un libro tan importante como para que alguien se tome el trabajo de traducirlo a mano a tantos idiomas se decidió a leerlo completo, pero cuando llegó a la parte en la que se explicaba la forma de construir un alimento universal se concentró en aquel capítulo. Había muchas cosas que eran sobre química y otras ciencias que el no conocía, casi no le quedaban pestañas cuando por fin obtuvo la pelotita azul. A decir verdad sólo ese capítulo tenía un mil quinientas hojas. Es por eso, por el gran trabajo que implicaba, por la emoción al ver el experimento terminado, que el barbudo omitió leer todo. A pesar de ello él sabia como debía ser aplicado, sabía que terribles cosas podían pasar si no se cumplía al pie de la letra con las especificaciones sobre dosificación, pero no sabía exactamente que podía pasar. Ojeó todo el libro buscando esta información, pero no la encontró. Se fue con la esperanza de que lo que tenía que pasar no pase.

Ahora no tenía alternativa, debía pegarse a la silla y leer sin parar hasta dar con la respuesta. Por favor al altruismo el libro lo estaba esperando, en la misma mesa donde había hecho sus estudios la primera vez, con una vela prendida, en el idioma correcto. Todo estaba listo y preparado. Salvo por un detalle, estaba cerrado. El barbudo volvió a enojarse con la providencia, ya que se habían roto un par de leyes lógicas y alguien desconocido le había dejado la vela prendía y el libro listo en un pueblo sin gente, entonces se preguntó porque nadie había marcado el capítulo, ¿Por qué el libro no estaba abierto ya en la parte correcta? Pensó que era muy injusto que se tomasen el trabajo de ir hasta ese lugar sólo a prender una vela y dejar un libro arriba de la mesa, pensó sobre todo en que le habían dejado la parte más difícil a él. Pero en el medio de sus insultos tubo que comerse sus palabras una por una. El libro, si bien cerrado, tenía un separador, cuando fue abierto en aquella página encontró un capítulo que decía ‘sobre las cinco formas de matar un chancho que comió la pelotita azul entera por la negligencia de un barbudo irresponsable’. Este capítulo lo sorprendió mucho, primero porque había leído todos los nombres de los capítulos en su primera visita y este no era uno de ellos. Pero más que nada se sorprendió por la puntualidad del capitulo. Parecía estar escrito para él. No dando crédito a lo que sus ojos leían buscó en los otros libros y se encontró con la sorpresa de que aquel capitulo era único. Lo más increíble de todo era que él ya había comparado y en todos los casos había la misma cantidad de capítulos. Bueno, ahora su idioma tenía un capitulo más.
Esta y otras cosas inexplicables debían estar resueltas en las siguientes páginas. Era muy importante leer, pero como es costumbre en las largas lecturas, uno primero mira cuantas hojas tiene por delante. Después de una pequeña cuenta matemática que consiste en restarle al número de página en el que termina el capítulo el número de página en el que el capítulo empieza todo estaba dispuesto. Quinientas sesenta páginas dijo el barbudo para sus adentros. Y se puso a leer.