sábado, 31 de mayo de 2008

NOCHES DE INSOMNIO

Uno


Es por el techo supongo. Pero también es siempre antes de irme a dormir, cuando me familiarizo con un nuevo lugar, cuando lo hago propio, cuando sus olores y paredes me pertenecen. Pero siempre es antes irme a dormir. Miro el techo y me acuerdo que un año atrás no conocía este lugar, el techo que ahora me cubre de la lluvia no existía. Y ahora es un lugar propio. Pero hace un año atrás. Y en un año. Ese es el problema, en un año no se donde, no se que techo. La persona que era hace cuatro o cinco techos se perdió. Fue envuelta en una sábana, y después en otra y en otra. Un día entré y había un bulto de frazadas y colchas, busqué a esa persona, pero no estaba por ningún lado. Hoy es otro techo, otra vez preguntarme por donde voy a estar dentro de un año.
La lluvia también. Cae para arriba. Nunca me gustó quedarme en lo fonético, la lluvia nace de la tierra y muere en el cielo. Eso es fonético, trata de sonar lindo. Pero es tampoco. Podemos ver con un movimiento de cabeza, podemos reconstruir entre la tormenta los hilos de agua que ascienden, que suben desde la mano, desde la palma de mi mano abierta. Solo siento el golpe de la gota, pero no es su caer. Es la gota que nace desde mi mano al cielo. Pero insisto, también es poco. Hay que ir más allá.

Entro en una panadería y veo un canario. Estaba adentro de su jaula y cantaba. ¿Cómo podía cantar si estaba encerrado? El hacer pertenece a la muerte y no a la vida. El canario canta. Sabe que se muere y canta. Encerrado canta igual. Y los relojes son jaulas.
Es por eso que entré en el placar, abrí entre la camisa azul a rayas y la roja que no tenía lunares una puerta. Del otro lado hay una habitación. Estantes que suben hasta alturas demasiado lejanas se repiten sin parar a lo largo y a lo ancho. Uno al lado del otro relojes de arena. Cada grano de arena es un segundo. Los segundos se van y no vuelven. Nunca. Había relojes a los que ya se les habían terminado los granos. El resto estaba en movimiento. Saqueados. Cada grano que se pierde es un movimiento que se gana. Si ya no hay granos no hay movimientos. No hay pájaros cantando en jaulas. No hay nuevos techos.

Pero se puede ir más allá. Se puede ver como el grano de arena sube. Como la vida vuelve. En el fondo de la habitación había un reloj de madera invisible. Pero en Él había algo sorprendente. Cada grano de arena que se iba de los relojes terminaba en el reloj gigante y alimentándose de los relojes nuevos. Pero nunca eran los mismos granos, los relojes los iban desgastando.
Un día se hizo un tapón en la parte de abajo del reloj de los vientos y los granos dejaron de fluir. El reloj abierto quedó lleno. Los granos que se iban cayendo ya no volvían a reinsertarse en ese círculo infinito. Ahora caían sobre el único reloj, a su alrededor, lo desbordaban inundado la habitación. Cuando todos los relojes pierdan la arena alguien va a tener que venir a barrer todo este chiquero. Y las gotas de lluvia subirán a los cielos desde la palma de mi mano abierta.

Dos


Eran las tres de la madrugada. La noche había envejecido temprano y decidí irme a acostar. Estaba llegando al final de un día igual al anterior, e igual al anterior, e igual al siguiente.

Otra vez problemas con el sueño. Hace cinco días que estoy durmiendo realmente mal y los ojos fijos en el techo, ruidos que se meten por la ventana, giros y más vueltas en una cama que no se calienta nunca.

Cuando los párpados se ponen pesados las pupilas llegan a ese último reflejo de la luz, imagen del mundo retenida como sombra. Los ojos estaban cerrados, pero el placar sigue en el mismo lugar, la puerta, todas las cosas estaban perfectamente delimitadas y contorneadas. La imagen quedó suspendida en el tiempo, entre el objeto habitación, la imagen y mi recuerdo se creó un color sin opacos. Las tres empezaron a mezclarse, lo único seguro no seguía acostado.

Lentamente, seduciéndome con flores ya podridas en olores de gusano, los bordes fueron trasladados desde mis párpados hasta mi córnea, hasta mi sistema nervioso, para mi sangre.

Digo estoy acostumbrado, conozco la receta para solucionar este tipo de cosas. Busco una lectura, un poco de música, algo que concentre la atención de mis sentidos para mentirles, grito y pido que me dejen por un rato, lo suficiente como para que sea mañana.

Saco la sábana y me acerco a la luz. Traté de prenderla pero no hay caso. Tictac. El reloj de fondo con luces de colores hace ruido pero marca siempre la misma hora. Tictac. La luz sigue sin prenderse y necesito otra habitación, otra lamparita, una que no esté quemada. No hay pasillos en las noches largas.

Sin suerte para la lectura trato de esconderme en un poco de música. El despertador de mi habitación tiene radio y todo se resuelve en la cama. Camino con pasos lentos, madera fría en el piso y un silencio de piedras. En el marco de la puerta, en la entrada a mi habitación, fue mi cama y un cuerpo idéntico al mio que sigue entre las sábanas. Se han plegado la experimentación y su límite, que espera entre sueños espías y un hilo de pocas fibras. La oscuridad está por todas partes y no puedo, es por negarse. Otra vez la lamparita y mi frustración, intentar y probar, buscar esa posibilidad de que la luz se encienda. La continuidad de los desteñidos y las paredes que se caen, la entrada de la habitación y verme en la cama, fue el zumbido agudo primero, en dos líneas que iban y venían, las mandíbulas estiradas tratando de abrir la boca hasta la frente. Tratando y sólo tratando. Es un ruido que viene desde otro lado, desde un lugar ausente. Un grito que no sale y un inquieto que se aterra por la inmovilidad.

Sentí miedo de mi cuerpo. Pensé que nunca iba a poder volver a encontrarme, que ya no estaba permitido. Una mano en el hombro y quiero darme vuelta para ver, lo único que gira es todo a mi alrededor. La habitación se deshace en un segundo, las paredes aparecen contorsionadas sobre sí, borrando los límites de sus durezas, haciéndose una disolución con el resto de las cosas.

Y estoy en otro lado, en un lugar donde hay personas. Todos están en la otra habitación, yo estoy en mi espalda y contra algo que quiere ser pared, estoy afuera, juntando para mirar. Quiero asomar, ver sin ser visto, pero una nariz pegada a mi aliento, mano en el hombro y esta vez la cara perfectamente, a un centímetro de distancia. Su forma es confusa y en frente, esperando algo que no se, lo único que se cruza por mi cabeza es inmediatamente y ese lugar sin piso.

Encontrar mi cuerpo, la luz de mi habitación, un sonido familiar, una gotera en la canilla, las ramas de un árbol crujiendo por la ventana.

Si pasó algo más no puedo recordarlo. Pero cuando me levanté fui corriendo a prender la luz y funcionaba. Me quedé acostado mirando el techo. Escuchando los sonidos de la noche, rogando que nada se asome por la entrada.

El techo también es de madera y tiene círculos que marcan sus estrías, sus concentraciones. En esas formas puedo encontrar casi cualquier cosa. Hasta con la luz prendida escucho el envoltorio de un paquete de cigarrillos que se arruga. Ese sonido que es aplastado. Es en el living, es otra vez el pasillo. Pero no hay alguien o no. La sábana me tapa todo el cuerpo y lo mejor siempre es no mirar. El arrugamiento. Alguien está en mi casa. No se acerca, se queda en el living como esperando a que yo.

Quedé con los ojos sin cerrar, con las formas de la madera diciéndome cosas, con el ruido del celofán presente en crueles intervalos.

Los pájaros cantaron por la ventana presentando sin luz otro por fin. El sol tarda en entrar, me doy cuenta que terminé durmiendo, pero no sé a que hora. Otra noche sin poder dormir. Ojeras todo el día. Mal humor y mal aliento. Esto seguramente va a matarme.

Tres


Ese día me rasqué mucho la barba. Miraba las baldosas y me preguntaba sobre lo que me estaban ocultando. Miraba al pasto a ver si alguna lombriz se veia. En ningún lado pude conseguir algo relevante.

No tenía fuerzas suficientes para encarar el día, mi concentración estaba alterada y la falta de sueño. Si a eso le sumamos que no tenía un centavo en el bolsillo para alimentarme la situación usaba zapatos más grandes que los pies.

Un mate para engañar el estomago, un cigarrillo para no tomar más mate y el dormir que no es amigo de ninguno de las dos, tuve que elegir. Salí con la esperanza de dar un paseo por alguna calle, existía un acuerdo explicito en la indiferencia por la elección. Horas y horas que tenían que pasar de alguna manera. Libros en la plaza. Viajes en subte de ida, viajes de vuelta. Era solamente cuestión de buscar una estación donde nadie este mirando y pasar. Se le pueden robar un par de horas a los muertos viajando por las venas de la ciudad.

Cerca de las once de la noche mi cuerpo me vomitó. En el subte uno dormita un poco, en la plaza también. Se trata de descansar, pero la cabeza es la que no para. Los ojos se cierran un poco, el cuerpo reposa, pero idea tras idea no lograba un sólo segundo de pez. Llegué a mi casa y me desplomé sobre la cama. Todavía tenía las zapatillas y la ropa puesta. Sólo me pude sacar las zapatillas.

El ruido de la calle era un auto, un silencio, un grito y otro silencio. Todo bastante calmado. Vueltas en la cama. Pienso en damajuanas de sangre que me tomo para mancharme una camisa blanca. Sería más práctico servirme en un vaso, las manchas de sangre son siempre difíciles de sacar. El estómago no deja tregua. Lo más recomendable es agarrar un libro que se llame la batalla de Guatemala. A la décima página los párpados pesan una tonelada y la sangre en el vaso adormece todos los apetitos.

Decidí y fueron las dos de la mañana. El afuera estaba repleto de luces. Libro al costado, acostado, durmiendo desde que nació. El sueño que llega, muy despacio pero llega, se presenta, aparece como para quedarse, coquetea un poco, seduce y se va.

Pero en este caso algo fue diferente, las explicaciones, de alguna forma, aparecieron. En la oscuridad escuché a las ratas que viven en el techo, caminan, muerden maderas, conversan entre ellas. Están planeando esperar a que me duerma, quieren meterse por el agujero de la luz y comerme. No saben quien las escuchó.

Otra vez me levanto y prendo la luz. Las ratas detestan la lamparita, por eso se alborotan y caminan, son sus pasos sobre mi cabeza. Creo que hablaron cosas horribles y no puedo ignorarlas. Quieren comerse mis uñas para que no me pueda escapar. Dicen que lo más rico van a ser mis ojos y la escoba empieza a golpear el techo. Las ratas caminan y se muerden entre ellas, están peleándose, se culpan entre ellas por los gritos. Estropearon la comida.

En el patio tengo una manguera bastante larga. Un extremo va al baño y prendo el agua caliente, espero a que esté en una temperatura bastante alta y el otro lado por el agujero de la luz. Con eso van a aprender. Si quieren comerme por mí está bien pero que me dejen dormir. La instalación eléctrica y el agua caliente me hacen recordar un día en el colegio, ese en el que me explicaban como se producen los cortos en un circuito. La térmica salta. Levanto esa palanquita negra pero no hay caso. Las ratas se ríen. Están mojadas y quemadas pero se ríen porque saben que ahora estoy a oscuras.

Cerca de la puerta, para necesitar salir corriendo. El problema es que no tengo zapatillas y ya no puedo ir a buscarlas, están en la habitación. Puede y tengo miedo de asomarme al pasillo, es muy probable que alguien esté ahí esperándome. Me quedo sentado, con las rodillas en la pera, con los brazos sobre las piernas, con la espalda en la puerta. Estos son los momentos en los que me gustaría que alguien diga quedate tranquilo, no pasa nada y el niño se duerme.

Por suerte otra vez los sonidos de la mañana, otra vez la luz que me encuentra mal dormido, indescalsable. Con la felicidad de una noche menos. Estoy con un dolor de cuello insoportable. Cuando me levanto veo el dormir en una puerta y voy para la habitación. Las ratas no parecen haber bajado, todo está en su lugar.

Me tiro boca a bajo. Estoy muy flaco, tengo que comer. Trato de cerrar los ojos pero se me aparece la imagen de una mujer, desnuda y hermosa. Quiere que le haga muchas cosas, pero no tengo tiempo. Me levanto sin suerte. No hay un sólo lugar en este mundo en el que se pueda dormir en paz.

Cuatro


En una latitud inexacta que puede ser calculada por una raíz matemática que existe entre las horas de sol y las horas de luna que pueden cubrir a una misma piedra en un lugar cualquiera del mundo existe un fantasma.

Es sólo un momento y ese preciso lugar pero en el medio del más desolado de los desiertos exactamente cuando las sombras pelean con la luz por el dominio de los vientos puede verse sobre la parte más verde del pasto que nunca crece los restos del vestido de una mujer que está escapando.

Se sabe ciertamente que nunca jamás nadie pudo ver al fantasma ni sus miedos y hasta se sabe que el lugar exacto en el que aparece es por completo o inaccesible o inexistente pero con la misma certeza también se sabe que el fantasma de la mujer que escapa esconde muchos misterios de gran importancia para el conocimiento de la humanidad como especie.

Cuando el fantasma escapa es tan veloz que la vista no puede alcanzarlo por los siglos y siglos que estuvo vagando de cueva en cueva buscando acantilados con peste.

Los restos del vestido de la mujer que escapa tienen poderes inútiles que según cuentan los sabios son capaces de curar enfermedades inofensivas y dan a conocer tecnologías dionisiacas y hasta son el portal de acceso a mundos misteriosos en los que suceden cosas o nada sucede pero lo inexplicable es el hecho de que absolutamente nadie sobre esta tierra conoce la leyenda del fantasma aunque su historia es tan antigua como los mares.

De alguna manera su rastro permaneció perdido por todos los olores de las hierbas cuando son comidas por las vacas.

Desbordados por la posibilidad de un mundo extraordinario que siquiera ha sido pensado un grupo de científicos inicia una expedición que pretende abarcar todo el mundo y hurgan en las islas más apartadas del mapa metiéndose en medio de culturas desconocidas y perdidas entre los ríos de las montañas altas hasta que se meten en las casas más protegidas de las ciudades metropolizadas por cables de traslado de información y a pesar de sus meticulosos intentos por lograr dar con la sombra de lo inalcanzable fracasan.

Derrotados intentan recapitular y aprender de los errores tomando libros de astrología y de historia y calculan el próximo avistamiento de una estrella cuya luz llegará un día lejano porque ven claramente que la historia es cíclica y que los tiempos se repiten con diferentes modas y pretenden paralizar el mundo con un sonido hiperacústico que rompa los tímpanos de los sordos provocando una alergia masiva que les permita ver gente pudriéndose por las calles aunque también fallan.

El grupo de científicos se frustra y todos pierden noches enteras tratando de descubrir algo que al final está en las caras de sus compañeros desconfiados que se miran buscando en los ojos de los demás como queriendo saber si alguien sabe algo aunque nadie pudo predecirlo porque una noche el primero de ellos aparece muerto.

Tiene un puñal clavado en la garganta y se nota que no hubo resistencia porque el filo del cuchillo penetró directamente hasta la espalda y de ahí al mismo estomago que acariciaron a la noche siguiente cuando aparece el segundo muerto y encuentran manchas de sangre por todos los costados aunque su cuerpo permanece inmaculado.

Mueren todos menos uno de los integrantes del grupo quien obligado por la soledad pega un salto de varios quilómetros y se esconde en una montaña para que nunca más se sepa nada sobre el tema.

Mientras tanto el fantasma de la mujer que escapa aparece y desaparece dejando que los rastros de sus vestidos se desintegren al contacto con el oxigeno y se transformen en nubes hasta que una niña de tres años sale a cazarla y le dice que su madre está delirando en sueños y la ve.

La niña desaparece y la madre aparece muerta.

Es todo muy confuso.

Cinco


Esa mañana fui a ver a un amigo. Tenía muchas ganas de estar con una persona que me distrajese por unas horas, a demás necesitaba pedirle un favor.
Cuando llegué a su casa y le conté mi situación dijo que era un experto en fumigación por sus cinco años de experiencia y mencionó la posibilidad de solucionar mi problema de roedores en unos pocos minutos. Mi suerte parecía no tener límites, también era electricista y me iba a arreglar el techo y la luz.

Cuando terminamos de comer nos fuimos para mi casa. De alguna forma mi amigo me ofendió al insinuar que el olor de la habitación era alguna especie de expresión de lo podrida que tenía la cabeza. ¿Qué podía saber él? Todas las noches duerme con el estomago lleno. Todas las noches duerme.

Entra a mi habitación y los cables lo esperan colgando por todos lados. Hay pilas de ropa sucia, las medias están pegadas unas a otras y auque para mí la suciedad es natural para muchos es un límite que no se debe cruzar. Tengo muchas cosas importantes en que pensar. Como no hay tiempo para los detalles salgo de los círculos y lo ayudo a poner una escalera en el medio de la habitación. Quiere necesitar más espacio y saca la cama y la ropa, todo al living. Para ver mejor el hogar de las ratas empezó una por una, maderita por maderita, pude asomar la punta de la nariz. Todo empesaba por un pequeño agujero que lograban construir. Metemos una linterna pero dice no ver nada que indique las presencia. No se desalientan. Va por sus herramientas y una agujero un poco más grande que el techo, lo escálo lastimándodese las manos, se mete entero arrastrando con la linterna en la boca, mueve sus lavios buscando los rincones, está decidido a inspeccionar el entretecho. Fue mirar por la ventana y lo pierdo de vista. Escucho que camina, me dice cosas solamente por hablar, pero a mi se me cruzan las palabras con los ruidos de un camisón. Me siento sobre la pila de ropa y la ventana. Un día de estos alguien va a subir en un edificio como el que tengo en frente, seguramente guardará su basura y la de todas sus conocidos, bolas inmundas de objetos desobjetivados.

Es como muy de a poco, las imagines desaparecen de lo irreal y son la forma de los interiores en mis parpados, son imagenes tan reales como yo. Quiero creer que duermo, es casi un intento y mi concentración que se rompe por el techo que se rompe por mi vida que se cae. Mi amigo se fracturó un brazo. Voy hasta el living, miro para arriba y veo que el techo de cemento, el que esta arriba de el de madera, tiene grietas por todos lados, se pueden ver raíces y hongos, pero no ratas. Mi amigo, cuando dejó de quejarse, me confirmó que no tenía ratones en el techo. No había ni caca ni nada. Deben haberse escapado por lo del agua o estarán electrocutadas. Al final no me solucionó el problema y encima tengo que llevarlo al hospital. Me quedó la casa llena de techos.

Es uno de esos cansancios insufribles por lo profundo, tuve que correr las maderas de la cama y acostarme en las astillas que se clavan entre el cuello y las orejas. Y todas las obsesiones aparecen cuando miramos para arriba.
Me encontré con las fisuras del techo, con caminos misteriosos que se entrecruzan. Hay un flujo principal que es el más profundo. Alrededor tiene toda una civilización construida, tiene un lenguaje propio hecho por pequeños montículos de cemento que se acumulan en constelaciones y encriptan mensajes con punta. Además tiene una vegetación, tiene verdes como hongos que recubren todos sus límites.

Juego a desviarme por una pequeña fisura que se transfigura en callejón abandonado de una ciudad industrial de Inglaterra a fines del mil seiscientos. Hay obreros por todos lados, gente que trabaja veinte horas por día. Fábricas que hacen humo en toneladas pero que nadie sabe que producen. Hay una densidad de personas muy alta pero la cuidad es muy chica, se termina en una rajadura un poco más profunda que atraviesa todo el techo. Al final de este canal se encuentra el sol. Es como un cráter que debe tener toneladas de diámetro.

Una gota. En mi frente claro. Tiene un ritmo particular, es como si existiese la pretensión de una comunicación. Tic, tac, tic y un silencio, tic tic tic, silencio otra vez. Pongo un plato sobre mi frente pero es peor. Ahora no me mojo pero escucho golpes invisibles. Y la solución fue de plástico, ese si que es un sonido tolerable, la parte de abajo del plato también tiene arrugas. Bordes con texturas muy abruptas para mi delicado gusto. La otra gota que aparece en escena cae sobre mi pie. Me saco el plato de la frente sólo para ver como se moja mi colchón. No quiero pero tuve que poner el platito de chapa a la gota del pie porque el de plástico estaba en la gota de la frente, era el único con tantas arrugas. Todo empezó a terminar cuando la gota del plato del pie empezó a caer más lento que todas las gotas del mundo. Es probable que todo lo que pueda caer esté apurado.

Es como en cámara lenta y la gota del pie se suspende. La vi desprenderse cuando estaba en el aire, me paré sobre la cama para descubrirme. La vi de cerca. Pasé mi mano por arriba, por abajo y por los costados, rodeando la gota y todo lo quieto que flota por los aires. Cuando pude juntar valor y la toqué aparecí nadando en medio de un océano azul. Me hubiese ahogado si no fuese por un duende. Me dijo dos cosas, la primera fue que me devolvía la vida, la segunda que todo tiene su precio.
Amanecí otra vez mal descansado. La sombra negra que crece abajo de los ojos va a cubrir toda mi cara.

Seis



Hay un murmullo en la calle. Gente que va y viene. Regatean precios de objetos que pueden ser iguales a mí. Estoy encerrado en un dije de cristal, en frente tengo una estantería llena de muñecos, pinturas, juguetes y adornos, todos con su anterior forma humana. Están todos encerrados, como yo.

En el viejo local entra un hombre encanecido. Tiene la apariencia de un anciano y su edad se me escapa. Se acerca y limpia una imperfección con el dedo. Su índice es enorme, tan grande como la palma su mano. Dice que me va a vender como colgante. Va a poner una soga de oro blanco en el cristal de los diamantes, estoy condenado a ser un lunar en el cuello de una mujer.

El anciano tiene una sorpresa cargada de incertidumbre. Podría contestarle, preguntarle que es lo que esta pasando y como fue que terminé en este lugar, pero no tengo voz. No tengo ni las ganas de hablar.

Me presenta la sorpresa en la pintura de una niña. Es una esquina, ella esta sentada sobre sus piernas largas acomodando flores amarillas y una espina de invierno. Si Usted viese los ojos de la niña dibujada en el cuadro olvidaría, como yo, la suma de todos los encierros. Olvidaría hasta el nombre de quien se comió mi apetito. Ella también esta encerrada, quizás encuentre en un collar un suspiro y la posibilidad de descansar.

El anciano se pone a atender el mostrador de su mercado. Enteramente de blanco. Un profundo luto blanco. Es sus tiernas arrugas y los ojos grises. Quiere un collar y un cuadro. Él le dice algo al oído que no puedo escuchar, Élla se acerca a mirarme. Desde el talon de su zapato, escondido bajo la pollera, saca su pañuelo y me envuelve en la tela blanca que todo lo desaparece. Me hubiese encantado conocer el sabor de su cuello.
Y la niña del cuadro.