martes, 5 de agosto de 2008

El amor como desencuentro


La distancia entre dos estaciones de subte es un cuento. Las puertas se abren y en uno de los asientos aparece una mujer con pestañas, un presentimiento sobre lo efímero.

Sentarme a un costado en silencio y sacar el libro sin mirarla fue solo un movimiento. La lectura fue en vos baja, perdida entre el murmullo de un subte y una pequeña ventana por la que se pueden mirar las vías de lo que ya fue recorrido.

El cuento fue sobre almas que vuelven a este mundo para dejarnos silencios sobre culpas sin pagar y remordimientos por los temores que no pudimos llorar.

Su mirada la imaginaba clavada en las hojas que leía, riendo por las partes que cambiaba, olvidando las estaciones que pasaban y dejándose llevar a ese recuerdo que era como el mío, sobre algo que no fue, sobre un beso en el cuello y ese sabor a durazno.

Cuando el cuento terminó el subte se sintió triste y frenó. Yo me tenía que bajar, ella tenia que recordar. En las escaleras existen sólo los sonidos que la gente le regala al vacío. Un día un tipo me dijo que la ciudad tenía su armonía, que podía escucharse la música de la anarquía en los sonidos desordenados de los pasos y las bocinas de los autos. Pero en esa escalera escuche otra cosa, era solamente un murmullo, eran los pasos de los suben y bajan con las miradas en el piso, cansados de hacer siempre lo mismo. No había música, sólo el murmullo de la repetición, una rutina. Subir y bajar. Ir y venir.

Vivir es solo una costumbre para tantos. No me alcanzan los dedos.

En la calle el sol gigante se hizo gris y por todas esas cuadras llovió sin nubes. Imaginarme ese piso, con tantas suelas que cuentan historias sobre caminos y chicles y cordones me hizo viajar al desencuentro. A esas historias que flotan entre lo espeso del olvido, escapando de los ojos, espiando a la imaginación de un niño que se asustó por una nariz.

Lo que más extrañó de vos es tu incomodidad. Un día te miré en la cama, en silencio y vos no querías hablarme. Me acuerdo que bajabas la pera esquivándome.

Sin avisarme, haciéndome sonreír muchos meses después a la salida de un subte, me sacaste la lengua. Solo un poquito, una burla inocente, un gesto precioso para romper con las distancias, para decirme que vos también compartías mi silencio.

Eso es lo que mas extraño, eso y todo lo demás.

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