martes, 5 de agosto de 2008

El castillo, ¿Qué pasó en el pasillo de los funcionarios?

Kafka no existe. Sus libros no fueron jamás leídos por persona alguna en la historia y su nombre no es más que un rumor. Digamos que es una ficción sobre un creador de ficciones. ¡Qué grande es el cinismo de este rumor! Pasé cuatro meses seguidos buscando algún amigo que me preste “El Castillo” sin éxito, tres meses más recorriendo las librerías de usados preguntando por un tal agrimensor, ocho años en bibliotecas y nada. Visité muchos funcionarios, leí muchos expedientes, en todos los casos se conocían sus obras, algunos hasta afirmaban haber visto algún libro en alguna oportunidad, pero el final se repetía una y otra vez, en los hechos Kafka es un murmullo en un pasillo.

En la plaza de almagro, la que queda sobre sarmiento, en la que varios coleccionistas de estereos trabajan por las tardes, jugué un partido de ajedrez con un viejito que no tenía pelo blanco ni barba. Ese hombre me contó una historia sobre un rumor. Me dijo que en uno de esos libros que se dice escribió existiría un agrimensor, un tal K. En la historia que el viejo me contó aparecían burocracias y distancias eternamente inaccesibles, absolutamente posibles pero siempre inalcanzadas. Una historia bellísima. Pero hubo un detalle que me llamó mucho la atención. Es la historia de un supuesto capitulo en el cual K se paseaba por un pasillo, buscando a un funcionario y, POR ERROR, se mete en la habitación de otro, no pertinente, intrascendente, igual a los demás, que le dijo algo realmente increíble.

Toda la historia transcurría mientras K se quedaba dormido y pensaba en su increíble cansancio, usando su tiempo en imaginarse derrotado o resignado, casi como dejándose caer a propósito en el único momento en el que debía estar despierto, en el único momento en el que tenía una oportunidad real de superar lo imposible y terminar con la historia como irrealidad.

En ese mientras tanto el funcionario le explica al durmiente agrimensor que la única posibilidad que tenía de llegar al castillo y ser escuchado era, precisamente, meterse POR ERROR en la habitación de un funcionario cualquiera, en medio de la noche y pedirle algo que aquel no pudiese ni tuviese que hacer. En ese caso aquel funcionario no podría atribuirse las facultades para resolver el problema, pero tampoco podría verificar la existencia de alguien realmente competente. Entonces, merced de la contradicción, tendría la obligación de hacer lo que no corresponde e ir más allá de sus obligaciones y solucionar un problema que debería quedar, por su intrascendencia, olvidado en el cajón del más inferior de todos los funcionarios del castillo.

Ustedes me dirán que eso no puede ser, pero así me lo contaron. Ese supuesto capítulo quedaba casi al final, después de un libro entero como suplicio, y el pobre K, encerrado en perseguir un castillo al que no tenía que llegar nunca, empecinado en el ERROR, en lugar de aprovechar esa única e irrepetible oportunidad se queda dormido. Parece increíble, pero así me lo contaron. Como dijo Sade, la condición para la optimización es el derroche.

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