martes, 5 de agosto de 2008

La esfinge sin secreto

Sobre un cuento de Oscar Wilde

Obsesivo en la persecución.

Una mujer que no muestra lo que esconde.

Así empieza y así termina.

El encierro y la evidencia de lo inaccesible.

Hay personas que viven de su angustia, comen y beben de ella, fuera de ese mundo irreal todo es un color azul en una tarde ocre. Cuando la intriga se confabula en perseguir a aquellos que aparecen como portadores de una llave a los miedos intraducibles esa mágica complejidad transforma los zapatos en la miseria de alguien que no inventa, sino que es un vacío en su imposibilidad de comunicarse.

La costumbre y normalización de los miedos es una invitación a abandonar la soledad, a sabernos acompañados en la miseria. Pero la soledad es un principio. La esfinge no tenía misterio, sino un error. Era incapaz de dejarlo pasar. Así lo deseaba, poro no podía. Se puede entregar todo, menos la soledad que fermenta y pudre unos ojos que miran fuera de foco.

La mujer muere y el departamento se abre a lo inexplicable. No había visitas, hábitos o habitantes, lo extraordinario no estaba en eso que quería ser encontrado. El secreto no puede ser revelado, todo intento terminaría en reducir la intensidad a una palabra siempre flaca, a un dibujo siempre desteñido o a una música varias veces sin nostalgia.

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