jueves, 31 de julio de 2008

Uno


Esta historia empieza con un niño que se duerme. Una de esas noches iguales a todas las demás soñé una realidad que me estremeció, después todo fue distinto.

Un día me levanté y aparentemente todo era igual, el mismo acto de levantarme a la misma hora que el resto de los días, bañarme y desayunar, ir a trabajar, todas las prácticas que uno hace sin pensarlas, simplemente por rutina, suponen siempre que ese día va a ser igual al anterior e igual al siguiente. Me levanté con esa misma certidumbre tácita, pero esa certeza no cuestionable que nos soporta se derrumbo sin avisar.

Esa misma mañana algo fue distinto afuera, no en mí sino en los demás, no en mis prácticas sino en las de los demás. Algo se volvió irreversiblemente incomprensible. Por motivos que desconocía esa multitud anónima que se llama otros, ese conjunto siempre supuesto y siempre normal traicionó la confianza que se supone no se puede traicionar. Una sombra me asusto pero no pude discernirla. Los otros decidieron, masivamente, como multitud, sin amo ni siervo, pero sobre todo sin avisarme, romper con el sentido común.

La gente elegía al azar su propio idioma y se nocomunicaba con él con terceros que hacían lo mismo. Sin aviso nadie fue trabajar, nadie fue a la escuela, nadie se levantó e hizo lo que cada día debía hacer. Las prácticas se sublevaron, no una práctica, no muchas prácticas, sino esta y aquella y las demás. La multitud decidió, en pleno ejercicio de su autodeterminación, olvidarse del cruel mandato omnipresente de lo social, rompieron con todas sus obligaciones y deberes, el sentido común dejó de existir como hábito. La sociedad se había desintegrado como tal y lo más terrible era que no me habían avisado.

Como suele pasar en los sueños todo esto lo supe no por verlo, simplemente lo supe. Las situaciones son conocidas solo en un segundo, solo en una idea, y aunque eso que es conocido quede siempre a una distancia demasiado grande uno siempre lo conoce completamente porque es el producto del mismo sueño, de la misma persona que siempre está lejos de lo que crea.

Mi consternación fue tremenda. Todo lo que tenía que hacer dependía de que los otros cumplan también con lo que tenían que hacer. Recorrí todas las cosas que no podría hacer en un mismo instante sin respirar tiempos y espacios. Supe que el subte no me llevaría ante los sauces, ya no tenía sentido ponerme medias, auque pudiese aterrizar nadie se iba a presentar porque todos estarían muy ocupados no haciendo lo que debían hacer.

Pero esta suerte de liberación no me produjo felicidad sino pesadillas espantosas. Me presentaron la gran catástrofe. En el mismo acto de la multitud de no hacer lo que se esperaba que hagan las prácticas mismas destruyeron el poder que sostenía el orden. Los amos no pudieron controlar el desborde, no tenían con que. También sucumbieron ante el caos.

Estaba en frente mío la gran ausencia, estaba en mis narices la ruptura de toda normalización y eso me hizo sentir completamente vacío. En cuanto me di cuenta que ninguna de mis acciones tenía un sentido supe que no sabia que hacer. Toda mi vida estaba sostenida por la fábula que llamamos sociedad, siempre criticada, siempre despreciada, siempre imperfecta pero también siempre necesaria. Todas las prácticas mil veces maldecidas, todas las acciones que fueron infinitamente insultadas con la palabra rutina y la memoria, en una sola idea, cayeron debajo de una alfombra hecha con hilos de duelos. Y quedé solo, incapaz de ser acompañado, incapaz de ser justo o feliz.

Recuerdo que en ese sueño me sentaba y miraba, contemplaba porque no podía actuar. Ya no era un agente, ya mis actos no tenían consecuencias en mi entorno, todo lo que me rodeaba se había enajenado de mi y de los demás. Cada realidad se había cerrado en si misma y el espacio en común no era suficiente para reconstruir la fábula.

Me levanté sin saber porque estaba tan raro esa mañana. Como suele pasar con los sueños se los recuerda de a poco, se los recupera por partes, nunca se vuelve a ver la historia completa. Quedó una imagen con sus consecuencias recuperadas discursivamente y el resto atrapado en ese mundo al que pertenecí por un momento. Puedo contar solo aquello que fui capaz de traducir, de expresar en palabras. También pasaron muchas otras cosas que omito, acontecimientos impronunciables.

Este sueño me persiguió por varias noches como suele pasar con los sueños que te asfixian pero que no te explican porque. En cada vez pasaba lo mismo, recordaba lo mismo, olvidaba lo mismo, me despertaba igualmente triste, igualmente ignorante de las causas de esa tristeza.

Un día igual a cualquier otro, con una noche igual a cualquier otra noche, me dormí y en ese dormirme soñé y en ese soñar viaje otra vez a este mundo y volvió a pasar lo mismo, salvando una pequeña gran diferencia. Alguien me habló y lo recordé.

Estaba en el medio de la contemplación, estaba haciendo que contemplaba para no reconocer que no había sentido para hacer otra cosa. Esa presencia que me invitaba a que me reconozca como su igual no era una persona, no tenía nombre ni cara, no era nadie que yo conociese, o por lo menos no era nadie que hubiera conocido hasta ese momento. Me preguntó porque estaba triste. No supe que contestarle.

Miré cada detalle, fui hasta sus ojos buscando profundamente y a pesar del largo viaje, como suele pasar con los sueños, recuerdo que admití no recordar lo que vi.

Un detalle atrás de los cuadros de marcos verdes se escapó y en ese mirar encontré una respuesta a una pregunta. Me la había hecho la presencia que no puede ser recordada, de un sombrero salió su pregunta, mi pregunta. La encontré en el fondo, como suele pasar en los sueños, y la persona que estaba mirando no podía más que ser parte de mí. Y en esa pregunta tan distante, tan irreconocible, era un yo mismo el que se estaba animando a preguntar, y en esa mirada que hoy no existe estaba todo aquello que quería saber y que siempre estuvo ahí, esperando que me pueda cruzar con un niño con un globo azul.

Los viajes por las miradas pueden ser eternos, auque es imposible saber de tiempos en los mundos donde los relojes no se inventaron. Con el sentido común se esfuman muchos rastro, la esclavitud, la sociedad, la pertenecía, la contención, de identidad, todo se desmorona.

El sentido que sostenía mis prácticas estaba subyugado por la sociedad, lo social atraviesa y determina la acción pero a su vez la contiene, la envuelve en una mentira que hace más soportable la vida. Hay amos y hay esclavos, tomos somos un poco amos y mucho más esclavos, el poder es una relación social, la historia no es otra cosa que la evolución de esa relación social. Pero pensar por un segundo en que esa relación se esfuma, desaparece, nos devuelve al problema de la función de poder. ¿Qué pasa si los que obedecen dejan de obedecer? ¿Qué pasa si todos dejan de obedecer? ¿Qué pasa si somos obligados a dejar el sentido por el sentir? No habría forma de obligar a la multitud a que obedezca, eso pasaría. Pero esto no pasa por un motivo, obedecemos porque lo que la sociedad nos da cuando nos manda, cuando nos hace sus esclavos, el regalo por la obediencia es la certeza de que el mundo existe.

Se evidencia el absurdo, y si nada tiene sentido no existe motivo para seguir. Sin esa sociedad, sin ese sentido, sin esa contención, todo cuanto pueda ser hecho, cualquier práctica, cualquier. En fin, lo que en realidad se evidencia es que esa necesidad de sentido común para poder respirar es una cárcel de normalidad legitimada que nos enfrenta irremediablemente con el absurdo como realidad, y el absurdo alcanza todos los rincones del mundo que conocemos si se lo permitimos, hasta nuestra propia existencia. La existencia es absurda, la vida es una agonía y esto es una verdad sabida por todos, pero también, como en los sueños, siempre oculta.

Así empezó esta historia, con un sueño. Y con ese sueño se abrió un camino del que no pude regresar. Lo que había visto no puede ser olvidado.




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