martes, 5 de agosto de 2008

Júpiter, o sobre la idiotez

Todo se lo debemos a Júpiter, quien se equivocó por nosotros. Un día salió de paseo sólo para perderse, y en esa vuelta a la esquina, en esas dos cuadras de más, creó la vida en este planeta.

Resulta que cuando la tierra todavía era materia incandescente, hace varios miles de millones de años, no tenía la masa suficiente para adquirir las características que permitieron la posterior generación de la atmósfera, condición de posibilidad de la libertad. La masa que le faltaba al planeta fue un regalo del cósmico de Júpiter, señor del trueno y los errores.


Un bollo gigante de harina muy caliente impactó con lo que entonces no era tierra sino fuego, se mezcló y permitió la solidificación. Pero ese fortuito impacto no fue casualidad, sino equivocación. Fueron esas cuadras de más. Si el gigante hubiese estado en su lugar, si no se hubiese perdido con la ingenuidad de quien se hace ignorante sólo porque reconoce que la certeza es la imposibilidad de lo categórico, el planeta mismo no podría haberse constituido como lo que hoy es, un hogar. Esa masa errante habría sido atraída por la gravedad del planeta más grande del sistema y nunca nos hubiese impactado. El planeta no existiría si Júpiter no fuese genialmente estúpido. Su ausencia permitió un desvío, su gracia nos dio una oportunidad.

Hay que recuperar el hubiera y hubiese para proyectarlo hacia delante, generemos un tiempo verbal dislocador y estúpido. Lo primero es reconocer que la realidad ya esta allí, esperando nuestro corrimiento, nuestro error, para colarse por esas pequeñas fisuras mágicas. La humildad de quien conoce la naturaleza inmutable de su dignidad obliga a la humillación, quien entiende la magnitud de este regalo se obliga a merecerlo. Pero como así son las cosas más allá de lo que podamos hacer al respecto, esa humillación se transforma y redimensiona. Ya lo dijo el ruso, la idiotez es la mayor de las genialidades. Ese acto de dejarse atravesar por el caos es la máxima de las entregas, es la confianza ciega. Hay que recuperar la embriaguez de los estúpidos, sólo allí encontraremos la muerte del ego, el abandono de los límites impuestos por las estructuras de dominación, el error permanente.

El cosmos parece querer ahora enmendarse, es necesario entonces emborracharnos a tiempo.