martes, 5 de agosto de 2008

Esbelto


La tarde estaba bastante nublada, buscaban las formas de sueños en soles que murieron tristes. El olor de las hojas evitaba que cayeran de los árboles por esos miedos que se notan en las estrías, marcas que da la vida en la piel que se estira al compás de un llanto desconsolado. Todo y eso y doña Marta que a pesar de la inminente lluvia se empecinaba en limpiar la calle pronta a inundarse de bolsitas de coto con migas de pan lactal rodaja fina (siempre de salvado, la gente cuida la salud más que el viento por estos problemas nuevos de los cólicos y las tiroides, enemigas desde siempre aunque recientemente complotadas contra el buen vivir). No pude eludir el necesario comentario de "por que limpia Marta si la lluvia limpia gratis" a lo que doña Marta respondió con igual determinismo una frase tan hecha como la nariz de la tía Agustina (vieja a los treinta y cinco por sus deudas de juego), y doña Marta dijo "no limpia quien limpia bien sino quien usa trapos amarillos y escobas de pajas gastadas". La sabiduría de esta señora me obligó a guardarme cualquier comentario sobre la tía Agustina.

Diez cuadras y lo de tito, feliz tito, yo tito, tito y el mate, tito vino y mate te parece, tito que mi digestión, no tito no podés hacer eso, y tres veces seguidas vos sos un astro tito, y fui para su casa volviendo a la mia.

En el camino me puse a dar cuenta del mensaje que las nubes se estaban quejando por ese tratado tácito de hacerlas encajar. Viven desesperadas por ser escuchadas, casi sentí claustrofobia al verlas tan gordas. Me dijeron que no eran bellas, que sólo las veía lindas por sus contornos de algodón que dibujaban, pero solo se ve lo que ya existé, lo único que hacian con ellas es decir a que se parecen, y ellas que no tienen forma y no entienden esa manía de explicarte que ahí hay un pato. Me di cuenta de la redondez de una ventana y volví a encerrarlas en su juego de mudo ciego.

Eran lindas, o había algo lindo que ellas me hacían recordar, y todas esas son cosas que la calle no te enseña. Sólo en la fría oscuridad de un cuarto con media luz se podría descifrar.

A todo esto la quiosquera solucionó el problema. Doña Luisa me dijo no tengo, come un poco, y yo me di cuenta que entre la nube y la señora que barren la calle podrían dar lecciones a tantos que creen saber de todo y saben solo de verduras.

La cuestión es simple. Un ritmo lastima los pulsos. Una mano que acerca una caricia. Una certeza que marca una noche y el frío en los pies. Sabía que por su menor resistencia al calor me ofrecerían un beso en la frente. Pero ya no puedo.

Llegué a lo de tito, y tito me dijo, el vaso lleno es más delgado, yo no pude contestarle como se merecía, había damas presentes. Pero me hubiese gustado explicarle que fue muy necesario llegar tarde, ahora era un poco más viejo, que importaba si el vaso o la nuez, se saca y se pone, pero la tristeza que las cuadras le ofrecen a alguien bien prestado a sentir con los pies. Compensan ampliamente unos treinta y siete minutos de espera. Pero no era el momento para explicarlo, ahora había damas presentes.

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