martes, 5 de agosto de 2008

Física, la inercia en los errores.


Las leyes son la sedimentación de una costumbre, las costumbres una mecanización de la obediencia, la obediencia la miserable predilección a elegir la inercia.

Lo más insoportable de todo es ver como el cuerpo sufre las consecuencias. Las plantas de mis pies están destruidas. Años y años de sufrimiento construyeron costras de pieles muertas repletas de finas fisuras y surcos puntiagudos. Es un calor insoportable que se siente a la altura del estomago, es un calambre abdominal que nace desde la terminación de la ingle dominando la zona periférica al ombligo. Pero sobre todo es la humedad, es ese interminable sufrimiento en gotas de transpiración, es verme entristecido por estar amputado. Toda lágrima es un peso de pansa redonda que se cae para hacernos más livianos.


Pero hay una esperanza en un zumbido que aparece todas las noches impares a la hora en la que la primera estrella del cielo nace apareciendo a un costado de las delicadas ramas del Palam Palam que crece en la terraza. Voces muertas hablan juntas y no puedo entenderlas, me gritan, me retan, me dicen que tengo que dejar esta adicción insoportable. Me explican pero no PUEDO entender.

Esta noche tengo todo arreglado para poder escuchar. Dispuse de una cómoda palangana rellena de plumas de ganso para sentarme. El cielo está muy despejado y la noche es impar de un mes impar. Para evitar que los sonidos se amontonen desprolijamente en mi oído tengo un hermoso embudo, un poco oxidado, de bordes anchos, delicadamente embadurnado con aceite de oliva para que cada palabra imaginada se deslice suavemente en un orden rítmico determinado por el roce del viento en las ramas del árbol.

¡Que instrucciones maravillosas! ¡Que simples! Cuanta bondad existe en los vientos, en las palanganas, en las plumas de los gansos, que maravilloso es el Palam Palam…

Pero la ansiedad se transformó en desesperación, se hizo insoportable, era mucho el calor, lo tiraba al piso invitándolo a retorcerse. Impulsivamente tomó un lápiz y anotó meticulosamente todas las instrucciones, detalle por detalle, paso por paso. Los gráficos son infaltables, la caligrafía es elegante y estilizada. No crean que no, anotó todo. Pero no pudo contener el llanto, es el calor que da miedo, el calor y los calambres.

Fue en ese momento que empezó a llover. Los truenos iluminaban la casa oscura, los ruidos rompían los silencios espesos. En uno de los rincones, cansado por las gotas continuadas que se burlaban desde la ventana, estaba un hombre de algunos años, con marcadas ojeras en la cara y el rostro pálido. Acurrucado. La lluvia y el viento entraron en la casa por la ventana, revolvieron todo el lugar haciendo que la hoja flote y salga volando. Nunca más la volvió a ver. Entre risas macabras las voces mudas de la estrella que nace atrás de las ramas del Palam Palam se divertían a costas de la miseria humana.

Pasaron los siglos y la hoja con aquellas instrucciones se llenó de polvo en un rincón. Un día de lluvia, muchos años atrás, alguien la encontró en el piso y se rió. Pero igual la guardó en algún viejo mueble, en ese último cajón, abajo de esos papeles que guardan números y letras. Pasaron las mudanzas y los años, pero la hoja sobrevivió.

Un día, uno igual a cualquier otro, a la hora en la que las estrellas cantan, un chico de unos ocho años miró asombrado unos papeles viejos que su abuela tenía en la biblioteca. Divertido por los dibujos empezó a leer las extrañas palabras del panfleto desprolijo y gastado por el tiempo.

Instrucciones para dejar la adicción a la gravedad.

¿Los pieses te pesan? Tu ombligo es una puerta, en su interior tenés un fuego que calienta el aire de tu cabeza.

Es necesario que te sientes en una palangana repleta de plumas de ganso (son muy livianas y sirven para acostumbrarse a la sensación de flotar).

Vas a sentir un calambre en la panza, ese es tu despertador. Lo primero que tenés que hacer es ver que tu cuerpo no termina en los límites que ves. Sos una pelota que brilla por el calor del mechero de tu ombligo. Cuando puedas verte redondo masajea las uñas de las burros y dejá que se caliente todo el aire contenido en la cabeza, quemando desde las palabras hasta el tiempo.

Cuando logres eso vas a estar curado, vas a ser un hermoso globo aerostático, con colores azules y verdes, con lunares blancos y estrellas que no se ven.

No tengas miedo, ya no tenés opción, tenés que volar.

Nunca nadie volvió a ver a aquel chico, lo buscaron desesperados sus familiares y amigos, pero nunca apareció. Sus más cercanos decían que la tierra se lo había tragado.

Cuando por las noches sale la primera estrella a cantar sus canciones inescuchables dicen que hay un niño que se pasea por las calles de la ciudad flotando. A simple vista parece un chico normal, pero los que se fijan en sus pies pueden notar que no están apoyados en el piso.

Dicen que una vez una mujer lo vio flotando y se asustó. A los gritos le dijo que era un demonio.

Según los susurros de la noche aquel niño le contestó que no era un demonio.

Era un globo aerostático.

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